Capítulo XVIII - Gustos Y Aversiones

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Mi corazón se rebela en mi interior, y dos voces

se hacen audibles en mi pecho.

WALLESNTEIN[29]


Margaret encontró dos cartas sobre la mesa al llegar a casa: una era una nota para su madre; la otra había llegado en el correo y evidentemente era de su tía Shaw: cubierta de matasellos extranjeros, fina, plateada y susurrante. Alzó la otra y estaba examinándola cuando llegó súbitamente su padre.

—¡Así que tu madre está cansada y se ha acostado temprano! Mucho me temo que un día tan tormentoso no haya sido el mejor del mundo para la visita del médico. ¿Qué ha dicho? Dixon me dice que habló contigo sobre ella.

Margaret vaciló. Su padre adoptó una expresión más seria y preocupada.

—¿No creerá que está gravemente enferma?

—No de momento; dice que necesita cuidados; ha sido muy amable, y me dijo que volvería para ver el efecto de los medicamentos.

—Sólo cuidados, ¿no ha aconsejado un cambio de aires? ¿No ha dicho que esta ciudad cargada de humo la perjudica, eh, Margaret?

—¡No! Ni siquiera lo mencionó —contestó ella rotundamente—. Estaba preocupado, me parece.

—Los médicos siempre adoptan esa actitud preocupada; es algo profesional dijo él.

Margaret advirtió en el nerviosismo de su padre que la primera impresión de posible peligro había hecho mella en su mente, a pesar de quitar importancia a lo que le decía ella. No podía olvidar el tema, no podía dejarlo y pasar a otras cosas. Siguió volviendo a él toda la velada, reacio a aceptar incluso la más leve idea desfavorable, lo cual entristeció a Margaret profundamente.

—Esta carta es de tía Shaw, papá. Ha llegado a Nápoles y le parece una ciudad demasiado calurosa, así que se ha instalado en Sorrento. Pero creo que no le gusta Italia.

—¿Y no te dijo nada sobre la dieta?

—Sólo que debía ser nutritiva y suave. Mamá tiene un apetito excelente, creo yo.

—Sí, por eso es más extraño que se le ocurriera hablar de la dieta.

—Se lo pregunté yo, papá. —Siguió otra pausa; luego, Margaret continuó—: Tía Shaw dice que me ha enviado unos adornos de coral, papá; pero que teme que los disidentes de Milton no los aprecien —añadió, esbozando una leve sonrisa—. Ha sacado todas sus ideas sobre los disidentes de los cuáqueros, ¿verdad?

—No olvides decirme siempre si tu madre desea algo en cuanto lo sepas o te des cuenta. Me aterra que no me diga siempre lo que quiere. Y por favor, encárgate de esa chica que nos dijo la señora Thornton. Si consiguiéramos una buena criada, Dixon podría dedicarse sólo a m madre y estoy seguro de que se recuperaría en seguida, si se trata de cuidados. Ha estado muy cansada últimamente, con tanto calor y el problema para encontrar sirvienta. Con un poco de descanso se pondrá bien, ¿verdad, Margaret?

—Supongo que sí —dijo Margaret; pero con tanta tristeza que su padre lo advirtió. Le pellizcó la mejilla.

—Vamos, si estás tan pálida, tengo que darte un poco de color así. Cuídate, hija, o serás tú quien necesite al médico la próxima vez.

Pero no pudo concentrarse en nada aquella tarde. Se pasó el rato yendo y viniendo a comprobar si su esposa seguía dormida, caminando laboriosamente de puntillas. Su inquietud acongojaba a Margaret: su intento de contener y sofocar el espanto que surgía de los lugares oscuros de su corazón.

Norte y Sur - Elizabeth GaskellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora