No hay nada tan finamente tejido
que no llegue al sol [59].
El señor Thornton seguía allí. Tenía la impresión de que su compañía complacía al señor Hale y se sentía conmovido por el ruego anhelante y quedo de que se quedara un poco mas: el quejumbroso «No se vaya todavía» que su amigo sugería de vez en cuando. Le extrañaba que no volviera Margaret. Pero no se demoró con la idea de verla. Se mostró razonable y sereno por la hora y por hallarse en presencia de alguien que sentía tan profundamente la insignificancia del mundo. Le interesaba mucho todo lo que el señor Hale decía.
De la muerte, de la tensa calma
y del cerebro que se embota.
Era curioso que la presencia del señor Thornton tuviera la virtud de hacer que el señor Hale desvelara los pensamientos secretos que ocultaba incluso a Margaret. Ya fuese que la comprensión de ella era tan cabal y se manifestaba de manera tan viva que él temía la propia reacción, o fuese que en aquel momento surgían en su mente especulativa toda clase de dudas, que rogaban y exigían su resolución en certidumbres, y que él sabía que a ella le horrorizarían algunas de aquellas dudas, mejor dicho, él mismo por ser capaz de concebirlas, fuera cual fuese la razón, en fin, lo cierto es que podía desahogarse mejor con el señor Thornton que con ella de todos los pensamientos, fantasías y temores congelados hasta entonces en su mente. El señor Thornton apenas hablaba, pero cada frase que pronunciaba aumentaba la confianza y el respeto que el señor Hale sentía por él. Si éste hacía una pausa mientras describía algún tormento que recordaba, el señor Thornton completaba la frase y demostraba lo profundamente que comprendía su significado. Si una duda, un miedo, una vaga incertidumbre buscaba reposo sin hallarlo, tan cegados por el llanto estaban sus ojos, el señor Thornton no se sorprendía sino que parecía haber pasado por el mismo estadio de pensamiento y podía indicar dónde hallar el rayo de luz preciso que iluminara los puntos oscuros. Aunque era un hombre de acción, ocupado en la gran batalla del mundo, poseía una religiosidad que le hacía obedecer a Dios en todos sus errores, pese a su fuerte obstinación, más profunda de lo que el señor Hale hubiese soñado jamás. Nunca volvieron a hablar de tales cosas; pero aquella única conversación los hizo muy especiales el uno para el otro; los unió como no podría haberlos unido ninguna charla sobre asuntos sagrados. Cuando todo se admite, ¿cómo puede haber un sanctasanctórum?
Y durante todo ese tiempo, Margaret permaneció tan inmóvil y blanca como la muerte en el suelo del estudio. Se había hundido bajo la carga. Una carga pesada que había llevado durante tanto tiempo con paciencia y mansedumbre hasta que le falló la fe de pronto y había buscado ayuda a tientas en vano. Se advertía una dolorosa contracción en sus hermosas cejas, pero ninguna otra señal de conocimiento. Tenía los labios —poco antes fruncidos desdeñosamente en un gesto desafiante— relajados y lívidos.
E par che de la sua labbia si mova
Uno spirito soave pien d'amore.
Che va dicendo a l'anima: sospira [60]!
El primer síntoma de que estaba volviendo en sí fue un temblor de labios, un leve y silencioso intento de hablar. Pero siguió con los ojos cerrados y el temblor cesó. Margaret se apoyó luego débilmente en los brazos un instante para sostenerse, se irguió y se levantó. Se le había caído la peineta del pelo y un deseo instintivo de borrar los rastros de debilidad y recomponerse la impulsó a buscarla, aunque tenía que sentarse cada poco durante la búsqueda para recuperar las fuerzas. Trató de determinar la intensidad de su tentación, con la cabeza inclinada y una mano sobre la otra, esforzándose en vano por recordar lo que había desembocado en aquel miedo mortal. Sólo comprendía dos hechos: que Frederick corría peligro de que le persiguieran y le descubrieran en Londres no sólo como culpable de homicidio involuntario, sino como autor del delito más infame de jefe del motín; y que ella había mentido para salvarle. Había un consuelo: su mentira lo había salvado aunque sólo fuese ganando un poco más de tiempo. Si el inspector volvía al día siguiente después de que ella hubiera recibido la carta que tanto anhelaba para asegurarse de que su hermano estaba a salvo, afrontaría la vergüenza y aceptaría el amargo castigo, ella, la altiva Margaret, reconociendo en la sala del juicio llena de gente si era necesario, que había sido como «un perro y lo había hecho[61]»; pero si llegaba antes de que tuviera noticias de Frederick; si volvía al cabo de unas horas, tal como había amenazado con hacer, entonces ella volvería a mentir; aunque no sabía cómo podría hacerlo sin delatar su falsedad después de aquella espantosa pausa de reflexión y arrepentimiento. Pero la repetición de la mentira ganaría tiempo, tiempo para Frederick.
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Norte y Sur - Elizabeth Gaskell
RomanceMargaret Hale es una joven que, luego de la boda de su prima, vuelve a su querido pueblo Helstone donde pretenderá vivir una vida tranquila y sencilla. Sin embargo, un repentino problema familiar hace que deba mudarse con sus padres a la ciudad de M...