Los pasos de los porteadores, fuertes y acompasados,
los sollozos de los dolientes, hondos y apagados.
SHELLEY[62]
Margaret y su padre fueron a visitar a Nicholas Higgins y a su hija a la hora acordada el día anterior. Ambos recordaban su reciente pérdida, por una extraña timidez con su nuevo atuendo y por el hecho de que era la primera vez en muchas semanas que salían juntos tranquilamente. Se sentían muy unidos en una muda y recíproca compasión.
Encontraron a Nicholas sentado junto al fuego en su rincón habitual. Pero no fumaba su pipa como siempre. Tenía la cabeza apoyada en la mano y el brazo sobre la rodilla. No se levantó al verlos, aunque Margaret interpretó su mirada como una bienvenida.
—Siéntense, siéntense, el fuego está casi apagado —dijo, atizándolo vigorosamente, como si quisiera desviar la atención de su persona. Tenía un aspecto bastante desaliñado, sin duda. La barba negra de varios días hacía que pareciera más pálido aún, y llevaba una chaqueta que hubiese ganado mucho con unos remiendos.
—Sabíamos que le encontraríamos en casa después de comer —dijo Margaret.
—Sí, sí. Las penas son más abundantes que las comidas, precisamente ahora; creo que mi hora de la comida se prolonga todo el día. Pueden estar segurísimos de encontrarme.
—¿Está sin trabajo? —preguntó Margaret.
—Sí —contestó él secamente. Luego, tras un breve silencio, alzó la vista por primera vez y añadió—: No es que no tenga pasta. No lo piensen. La pobre Bess tenía unos ahorrillos bajo la almohada, dispuestos a caer en mi mano a última hora; y Mary corta fustán. Pero yo estoy sin trabajo igualmente.
—Nosotros debemos dinero a Mary —dijo el señor Hale antes de que Margaret le apretara el brazo para que se callara.
—Si lo acepta, la echo de casa. Yo esperaré entre estas cuatro paredes y ella esperará fuera. Eso es todo.
—Pero tenemos que agradecerle su amable servicio —empezó otra vez el señor Hale.
—Yo nunca le he agradecido a su hija aquí el cariño que demostró a mi pobre muchacha. Nunca encontré las palabras. Tendría que empezar a probar ahora si usted se pone a armar jaleo por la ayuda de Mary.
—¿Está sin trabajo por la huelga? —preguntó amablemente Margaret.
—La huelga se acabó. Terminó por ahora. Estoy sin trabajo porque no lo he pedido. Ni pienso hacerlo, porque las buenas palabras escasean y las malas abundan.
Estaba de un humor propicio para disfrutar hoscamente dando respuestas que parecían acertijos. Pero Margaret se dio cuenta de que le gustaría que le pidieran una explicación.
—¿Y las buenas palabras son...?
—Pedir trabajo. Me parece que son casi las mejores palabras que puede decir un hombre. «Deme trabajo» significa «y lo haré como un hombre». Son buenas palabras.
—Y malas palabras son negarle el trabajo cuando lo pide.
—Sí. Malas palabras es decir: «¡Ajá, amigo mío! Tú has sido fiel a tu clase y yo seré fiel a la mía. Hiciste cuanto podías por los que necesitaban ayuda; ésa es tu forma de ser fiel a los tuyos. Y yo seré fiel a los míos. Has sido un pobre estúpido que no sabías más que ser un verdadero estúpido fiel. Así que al car... Aquí no hay trabajo para ti». Son malas palabras. No soy estúpido; y si lo fuera, la gente tendría que haberme enseñado a ser juicioso a su modo. Habría aprendido si alguien hubiera intentado enseñarme.
ESTÁS LEYENDO
Norte y Sur - Elizabeth Gaskell
RomanceMargaret Hale es una joven que, luego de la boda de su prima, vuelve a su querido pueblo Helstone donde pretenderá vivir una vida tranquila y sencilla. Sin embargo, un repentino problema familiar hace que deba mudarse con sus padres a la ciudad de M...