Capítulo XLVIII - No Volver A Encontrarse

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¡Amigo de mi padre, amigo mío! 

¡No puedo separarme de ti! 

Nunca has demostrado, nunca has sabido 

el gran cariño que te tengo. 

ANÓNIMO[84] 


Los elementos de las cenas que daba la señora Lennox eran los siguientes: sus amigas aportaban la belleza; el capitán Lennox, el conocimiento despreocupado de los temas del día; y el señor Henry Lennox y algunos hombres influyentes invitados como amigos suyos, el ingenio, la inteligencia, el vasto y profundo conocimiento del que sabían sacar partido sin resultar pedantes ni recargar el rápido fluir de la conversación. 

Estas cenas eran muy agradables, pero incluso en ellas la insatisfacción que sentía Margaret la sorprendía. Se desplegaban todos los talentos, todos los sentimientos, todos los conocimientos; no, incluso todas las inclinaciones a la virtud, como materiales de fuegos de artificio; el fuego sagrado, oculto, se consumía en centelleo y crepitación. Hablaban de arte de forma meramente sensual, considerando los efectos externos en vez de permitirse aprender todo loque tiene que enseñar. Se estimulaban hasta el entusiasmo sobre temas elevados en compañía y no volvían a pensar en ellos cuando estaban solos; derrochaban sus dotes críticas en un simple flujo de palabras apropiadas. 

Un día, cuando los caballeros subieron a la sala, el señor Lennox se acercó a Margaret y le dirigió casi las primeras palabras voluntarias que le había dicho desde que había vuelto a vivir a Harley Street. 

—Me pareció que no le complacía lo que decía Shirley en la cena. 

—¿De veras? Mi cara debía de ser muy expresiva —repuso Margaret. 

—Siempre lo ha sido. No ha perdido el don de ser elocuente. 

—No me gustó su forma de defender lo que sabía que es erróneo, tan manifiestamente erróneo, ni siquiera en broma. 

—Pero era muy ingenioso. ¡Cómo decía cada palabra! ¿Recuerda los felices epítetos? 

—Sí. 

—Y los desprecio, le gustaría añadir. Por favor, no tenga reparos, aunque sea mi amigo. 

—¡Vaya! Ése es exactamente el tono que emplea... —se interrumpió de pronto. 

El esperó muy atento a ver si terminaba la frase; ella se ruborizó y se volvió. No obstante, antes de hacerlo, le oyó decir en voz muy baja y muy clara: 

—Si es mi tono o mi forma de pensar lo que le molesta, ¿será sincera conmigo y me lo dirá, dándome así la oportunidad de aprender a complacerla? 

Durante todas aquellas semanas no hubo ninguna noticia del viaje del señor Bell a Milton. Él le había comentado en Helstone que tendría que ir bastante pronto; pero debía de haber solucionado los asuntos por carta, pensó Margaret, y sabía que no iría a un lugar que le desagradaba si podía evitarlo. Y además, poco entendía él la importancia secreta que daba ella a la explicación que sólo podía darse de viva voz. Sabía que él consideraba necesario que se hiciera; pero poco importaba que fuera en verano, otoño o invierno. Estaban en agosto y no había habido mención alguna del viaje a España del que le había hablado a Edith, y Margaret procuraba resignarse a que su ilusión se desvaneciera. 

Pero una mañana recibió una carta en la que le comunicaba que iría a la ciudad a la semana siguiente; quería hablarle de un plan que se le había ocurrido; y además, se proponía someterse a un pequeño tratamiento, pues había empezado a aceptar su opinión de que sería agradable pensar que se debía más a su salud que a él mismo que se sintiera irritable y enfadado. La carta tenía un tono general de animación forzada que Margaret advertiría después; pero entonces acapararon su atención las exclamaciones de Edith. 

Norte y Sur - Elizabeth GaskellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora