La admiración, los aplausos, los halagos, el asombro en sus rostros, eran parte de mi rutina. Es de esperarse, cuando un niño aprende de manera rápida a tocar un instrumento de una forma casi perfecta, deja de ser un infante y pasa a ser un genio y un prodigio no puede tener errores, no puede fallar, al menos, no en público.
Recuerdo de manera vivida esa noche, los ojos de mi madre, quien se encontraba en las butacas, presumiendo de su hijo, de su mayor orgullo. Estaba a una gran distancia, pero podía sentir como sus joyas chocaban entre sí, cuando movía sus brazos animadamente indicando que es ella quien me ha enseñado. Pero, cometí un error, mis dedos se resbalaron tocando la tecla equivocada.
Silencio...
Silencio...
Murmullos, los halagos pasaron a ser reproches, las miradas de asombro pasaron a ser de burla. Había levantó mi cabeza, buscando la mirada de mi madre, buscando su consuelo, pero en su mirada solo había decepción, una mueca de desaprobación.
Tenía tan solo ocho años, pero ese día cometí un gran error, corrí del escenario a refugiarme en los vestidores. ¿Si me hubiera quedado mi error sería menos notorio? Suelo pensar en ello, pero por más vueltas que le dé no puedo retroceder en el tiempo. Esa noche mi madre no me dirigió la palabra, tan solo se quedó concentrada en cuidar a mi hermana menor, que en ese momento tenía solo un año. ¿Tan solo me quería si no cometía errores? Tan solo podía pensar en ello.
Poco a poco me fui alejando de los escenarios, lo que era mi pasión paso a sentirse una carga. Al pasar el tiempo volví a tocar, aunque fue con mucha menor frecuencia que antes, con públicos más pequeños con los que no interactuaba. Quería huir de la mirada del público, pero no podía hacerlo, los reclamos de mi madre sobre como he arruinado mi carrera seguían. Ella en su juventud fue una gran pianista, pero se casó y con ello acabo la carrera, pasando su sueño a mí, nuestro sueño, como ella solía llamarlo.
El día de la fiesta de bienvenida paseaba por los jardines, incapaz de ingresar al salón, hasta que unos sollozos me distrajeron y allí vi una melena rojiza y unas lágrimas caer, tan solo le acerque un pañuelo y me aleje cuanto antes, evitando ver sus ojos cristalinos, creyendo que jamás volvería a verle, pero me equivoque para mi fortuna.
Mi segundo encuentro con Audrey sucedió cuando buscaba refugiarme de las miradas en mi zona segura, pero unos curiosos ojos ámbar me encontraron. Por primera vez en mucho tiempo escuche otra vez un halago, pero esta vez se sentía distinto, era un elogio verdadero a mi música y eso hizo que me sintiera con más confianza.
También me presentó a Evolet, quien espero en un futuro sea una buena amiga. Audrey sin notarlo, ha hecho mucho por mí y desde que la conocí, le comencé a perder el gusto a la soledad. Espero por el día en donde mis sentimientos lleguen a ti.
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¡No soy la Princesa Villana! [Finalizada]
FantasyClover con tan solo dieciséis años cree que su vida está estancada, siempre se forzó a ser algo que no es y nunca podrá ser, una chica perfecta. Durante años construyo una máscara donde nunca decía que no, siempre sonreía y se mostraba dispuesta a a...