Anthony me ha rescato tras la fiesta, guiándome a uno de sus pasillos, pero no fuimos a la biblioteca, fuimos a las catacumbas del castillo. Vi allí la tumba de mi madre, repleta de flores azules, rojas y amarillas, dos antorchas reposan a su lado. Deje una flor blanca y me quede en soledad con ella, dispuesta a hablarle.
– No soy quien debería estar aquí, no sé dónde está tu hija, que ha pasado con ella. – Respondí. – Pero me siento cercana a ti, tal vez es por las historias que me han contado, o tal vez porque te admiro, pero comparto tus ideales y tratare de hacer este un mejor lugar. No sé si estoy haciendo las cosas bien... – Comencé a llorar, el estar aquí me termina por romper. – ¿Estoy tomando el camino correcto? ¿Qué harías tú en mi lugar? Estoy repleta de preguntas y ninguna parece tener respuesta.
Una flor azul se cayó, con cuidado la volví a colocar. Al lugar entro Anthony, quien me dedica una sonrisa caída a modo de consuelo.
– Las flores azules eran sus favoritas. – Comenta.
Tal vez podría hablar un poco con él.
– ¿Podrías hablarme de Harvey? – le pedí.
– El muchacho se ha criado en la peor de las soledades. – Comienza a explicarme. – En la soledad del falso acompañamiento. Se ha criado rodeado de anuladores, pero él lo sabe, no lo quieren, quieren lo que pueden obtener tras fingir simpatía.
– ¿Y sus padres? – Me atreví a preguntar.
– Los reyes están muy ocupados tratando se hacerse ricos como para pensar en alguien. – Deduce. – He tratado de acercarme, pero no creo que permita que nadie lo haga.
Las palabras de Harvey acabaron por ser sinceras, siento un nudo en mi garganta, no he sido nada más que ruda respecto al chico. Mañana mismo hablare con él, merece unas disculpas y saber mis intenciones. Él confía en mí, sea por mi versión idealizada o no.
Nos quedamos conversando, paso a contarme anécdotas de mi madre, hasta que llegó la hora de irme a dormir, mañana será un día largo.
Un ruido capto mi atención, voces hablando muy fuerte, gritos, una discusión. Gire a ver hacia un lado, acomode mi vestido y me separe del tocador. La puerta se abre de par en par, mi padre entra allí, puedo ver la furia en sus ojos, como si fuera el mismísimo infierno, arden. Su ceño esta fruncido, detrás de él están algunos empleado domésticos, Dean y Leo observan atentos, listos para ir incluso contra el propio rey de ser necesario. Frenó en seco, quedando delante de mí, odio admitirlo, pero me asustaba.
– Ve al carruaje. – Ordena, estoy por intervenir, pero me interrumpe. – No es una discusión, no me importa lo que tengas por decir. Te he dado una orden.
Quisiera poder contar que en ese momento le respondí, que deje salir todos mis miedos y dudas. Pero baje mi vista y camine hacía el carruaje, sin atreverme a contradecirle. Durante todo el camino hacía mi reino guarde silencio, agradecí que el fuera en otro transporte, porque en este momento no me encontraba apta para verle. Dean y Leo han venido conmigo, pero están fuera de este carruaje.
Tras llegar a casa y pasar unas horas en mi cuarto una de las doncellas me ha dicho que mi padre me espera en su escritorio. Mis piernas tiemblan, pero me las ingenie para poder caminar hasta donde se encuentra. Lo vi sentado allí, con los brazos cruzados, reposado ante la mesa y con su mirada fija en mí.
– No quiero que ni siquiera pienses en volver a Rosament. – Su voz es firme, autoritaria. – Los preparativos para tu boda con Alfred están listos.
– No, cumplí con mi parte del trato. Recibí una propuesta que puedes probar, Harvey me ha pedido matrimonio, August lo ha hecho de igual forma y no se si te olvidas de nuestro compromiso. – Le reclame impacientada, trate de usar todo lo que pude. Esto no podía estar pasando.
– ¿Por qué siempre eres tan malditamente egoísta? Eres una caprichosa y es mi culpa. – Declara en voz alta. – Todo te lo he dado, incluso este matrimonio será algo estable. ¿No puedes ver que solo quiero tu seguridad? Y tú eres tan estúpida como para ir al segundo reino.
Mire hacia abajo, estaba buscando el coraje que me faltaba. Si no habló ahora las palabras que tenía por decir cortarían mi garganta, me ahogaría en ellas y me matarían en vida.
– No quieres mi seguridad, solo quieres controlar mi vida. – Me atreví a decir en voz alta, desafiante. – ¡No pudiste controlar la vida de mamá y ahora quieres decidir por mí!
– ¡Trato de mantenerte con vida! – Su voz es firme, aprieta sus puños y se acerca hacía donde estoy, pero no me intimida, no tengo miedo.
– ¡¿Vivir sin poder elegir por mí misma?! ¡Prefiero morir a comprometerme con el asesino de mi madre! – El coraje se apodera de mí, lo miró a los ojos, sin temer lo que haga. – Prefiero morir a no ser dueña de mis propias acciones. No me casare con él, no vas a elegir por mí.
– Basta de mentiras. Incluso suenas como ella, ¿sabes cómo acaban las mujeres como tú? ¿Sabes cómo acaban los hombres como yo? – Interroga con los puños apretados. – Las mujeres con tus ideales acaban bajo tierra y los hombres como yo acabamos llevándoles flores a sus tumbas vacías lamentándonos cada día por no haber podido evitarlo. – para ese punto las lágrimas comienzan a caer por sus mejillas, pero no me apiado de él.
– Los hombres como tú viven como unas ratas, entre la mugre y la miseria que ellos mismos traen, cerrados a sus ideas. – Decreto en voz alta, no titubeo. – Las mujeres como yo acabamos muertas, pero el cambio que creamos vive, vive tan intensamente.
– Audrey, eres cruel, despiadada, no sabes cuánto tus palabras lastiman y te encuentras tan cegada, tan cegada como tu madre. – Continúa diciendo, sin aflojar su discurso.
– ¡No pretendas que me conoces! – Le grite. En los recuerdos de Audrey no hay momentos donde él se acerque a conversar con ella, nunca ha tratado de cuidar a su hija. – ¿Cómo puedes decir que me conoces? Nunca trataste de hablar conmigo, nunca trataste de conocerme. Dar regalos y llenar huecos materiales no es ser un buen padre, nunca intentaste acercarte a mí, nunca supiste mis miedos o mis inconvenientes, solo sabes quejarte, quejarte de cosas que solo asumes que soy, porque nunca te diste la libertad de conocerme. – Limpie mis lágrimas. – Te diré que clase de persona soy, porque al parecer delante de ti tan solo hay una desconocida. Soy la hija que buscara hacer justicia por su madre, soy la mujer que al verte se ve como una igual, soy la amiga que daría todo por quienes ama, quiero ser una gobernante justa y bien formada, así que todas tus especulaciones sobre mi persona, todas tus creencias erróneas, dilas, no me afectan. – Mentí, si dolía, me desgarraba el alma. – Sé bien quien soy, que clase de persona soy.
– Tu matrimonio será en unos días. – Responde ignorando todo lo que le he dicho.
Salí del cuarto cerrando la habitación de un fuerte golpe. Comenzaba a odiarlo, como nunca lo hice con nadie. El final de la villana parece tallado en la historia, pero no puedo rendirme, no aún.
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¡No soy la Princesa Villana! [Finalizada]
FantasyClover con tan solo dieciséis años cree que su vida está estancada, siempre se forzó a ser algo que no es y nunca podrá ser, una chica perfecta. Durante años construyo una máscara donde nunca decía que no, siempre sonreía y se mostraba dispuesta a a...