10. Prohibido

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ANGELIE

Llegué a casa con el tiempo suficiente como para no meterme en problemas, luego fui a cenar al comedor, y al regresar, no hice más que hacer nada; no era una persona muy productiva la verdad. Era inteligente sí, me gustaba leer mucho, pero luego de ahí no es como si tuviese una pasión que me desvelara o me hiciera resaltar entre la multitud. No tocaba ningún instrumento, no sabía dibujar, no practicaba ningún deporte, apenas y tenía algunos escritos que guardaba bajo llave, si alguien leía esas cosas podían crucificarme, y peor que al Jesucristo que seguía el mundo aún en la fecha en la que nos encontrábamos.

Era medianoche cuando mi teléfono sonó, el toque de queda había empezado hacía mucho tiempo. y el número no se registraba en la pantalla, era una llamada privada, cosas que muy pocas personas sabían hacer en la actualidad.

—¿Quién? —pregunté. Sin rodeos.

—Axeel, dulzura. ¿Qué haces? —preguntó—. Supongo que nada —se respondió así mismo —Solly y yo vamos a una fiesta, ponte ropa deportivo, pasamos en veinte por ti.

—¿Qué? —inquirí —¿Estás loco?

Pero el muy idiota ya había colgado.
¿Fiesta? ¡Yo nunca había ido a una fiesta y menos a media madrugada! Aún así no lo pensé, me gustaban las malas ideas, rápidamente me puse un pantalón negro ajustado y una blusa, me calcé unos tenis de lona, y amarré mi cabello en lo alto de mi cabeza. Corrí por mis lentillas, andar con documentos de identidad y otras cosas no era muy buena idea, así que decidí optar por mi poder que podía salvarme de líos, y bajé hasta la sala, Annoris no estaba, y no iba a darse cuenta, que de nuevo, yo faltaba en la casa.
Axeel, como prometió, estuvo justo a tiempo frente a la casa, subí en el auto y los saludé algo emocionada. Nunca había hecho algo parecido. Deben tener algo en cuenta, las malas ideas siempre serán malas ideas, aunque resulten emocionantes. Y todo lo que está alrededor de romper reglas, siempre sabe a sangre.

Nunca había salido de los muros de Ciudad Espejo, siempre trataba de meter la pata al menos en el territorio que conocía, luego de los muros no había nada que pudiera salvarme, ni siquiera yo misma. Las Tierras Malditas eran el monstruo al que todos le temían, incluso los gobernadores pasaban de ellas, existían un montón de teorías conspirativas alrededor de la gente que vivía ahí fuera, que nadie se atrevía a salir y averiguar cuales eran verdaderas y cuáles no. Ni siquiera sabía que era posible salir de los muros, pero ahí estabamos, habíamos dejado el auto estacionado en un sitio muy escondido; lo demás lo recorrimos a pie y con linternas en mano, el corazón me golpeteaba violento por el miedo y la excitación; sin embargo íbamos muertos de risa, como tres adolescentes que no tenían mejor cosa que hacer que pasarla bien.

—La última fiesta fue un caos la verdad —opinó Solly entre risitas —. ¡Aparecieron los agentes y todos salieron corriendo por sus vidas!

Realmente era una muy mala idea. Pero ellos no parecían verlo.

—¿Y si nos atrapan? —pregunté, con verdadera intriga.

—El asunto es ese, Bonita. No nos van a atrapar, confía en nosotros —prometió Axeel, y se giró para sonreírme abiertamente.

Axeel se veía hermoso cuando sonreía de esa forma, me ocasionaba un cosquilleo en el estomago que me hacía feliz a mi.

Las Tierras Malditas eran propiedades de los Alliance, creaban aldeas como las de la antigüedad y vivían por familias; la gente de nuestro lado preferían llamarlos Indómitos. Se decía que eran salvajes, brujos, personas endemoniadas, que vivían de la brujería y de adorar dioses. Eran incapaces de adaptarse al nuevo orden, por lo que decidieron crear una tregua con los gobernadores de los ocho reinos,y vivir en sus antiguas costumbres. Cada determinado grupo de aldeas era gobernado por un Paladín. El único trato que tenían con el Círculo era la de proporcionar medicamentos que solo ellos sabían hacer a cambio de que los gobernadores le dejaran vivir en paz; decían que la vida era una sola para vivir en guerra.
Eran muchas historias la verdad, unas más sangrientas y terroríficas que otras. Eran tachados hasta de caníbales, y de usar para sacrificios a las personas que atrapaban en sus tierras. Por eso me causaba algo de pavor estar en sus tierras, y más cuando encontramos el hueco que nos sacó de la seguridad de Ciudad Espejo, y se abrió el amplio bosque ante nosotros. Estaba todo muy oscuro, los árboles eran muy altos para dejarnos divisar las estrellas, apenas se filtraban rayos de la luz de la luna por algunas ramas.

Sangre  |  Círculo 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora