30. Niños

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Aravis 

Dos pasos de Tahiel, era uno mío y les juro que pequeña no era. Iba en total silencio mientras prácticamente me arrastraba, sus Protectores iban delante, y los míos flaqueaban detrás de nosotros, pasé de ser una chica de instinto, a ser una gobernadora importante con guardaespaldas, les mentiría si les dijera que sonreí. Al contrario, me dieron ganas de llorar.

No podía negar que era como ellos, lo supe desde el momento en que no tuve más opción que luchar al lado de Kasher y fui asesina de muchos y en ningún momento me arrepentí. No eran civiles, era la excusa que usaba mi cerebro para sentirse bien.

No podía decir lo mismo del gran líder. Matar era su deporte favorito, sin importar quien fuera.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —cuestioné. Ir amarrada a él no era nada gracioso, y seguía sin saber a dónde se dirigía.

—Ya hiciste una, pero te permito hacerme otra —respondió sin emoción.

¿Tahiel siempre era así de inexpresivo? Su actitud me irritaba.

—Querías mata a Angelie, ¿quieres hacer lo mismo con Aravis? —mencioné a mi nueva identidad.

Se detuvo de golpe, haciéndome chocar con su espalda. Su mano libre viajó rápidamente y me rodeó por lo hombros para sostenerme. Su mirada verde brillaba con una emoción genuina, la furia salía de sus orbes, no pude bajar la mirada ni aunque quise.

—Ahora más que nunca —rugió sobre mi rostro.

Le sostuve la mirada, una parte de mi estuvo a punto de caer ante él, ante el Tahiel que conocí de niña. Pero no esa vez.

—Pues adivina —le susurré acercándome a su cara, le miré los labios y subí a sus ojos sonriendo —. Yo deseo lo mismo.

Me detalló por largos segundos, luego se giró.

—Calla y camina.

Haber recuperado mis recuerdos era sin duda, mi peor castigo, pero hice lo que pidió, callarme y caminar, queriendo por todo lo alto llegar a donde sea que fuese nuestro destino. Entramos a un ascensor, y este comenzó a descender, al abrirse las puertas un montón de celdas fueron visibles para mi, mis pasos se anclaron como plomo al suelo, al ver la caja fría.

Tahiel debió sentir mi vacilación, pues se giró y luego siguió la dirección de mi mirada. Su rostro por un momento entró en reconocimiento, y la armadura con la que se protegía desapareció, dejando su rostro desencajado al descubierto. Mi miedo era latente, allí pasé mis peores días, mis peores pesadillas venían de ese lugar.

—Sácama de aquí —supliqué sin importar cuan débil me veía.

Se detuvo delante de mí.

—No vine para que veas el lugar de tus pesadillas —dejó en claro —, vine a traerte hasta Tammy, ¿no fue por ella que te entregaste? —dijo dejando en evidencia lo obvio —. Olvídate de eso, y camina con valentía, no eres una gobernadora para llorar.

Negué con mi cabeza, histérica.

—¿Y tú que creías, Hannover? ¿Qué iba a brincar de alegría al estar cerca del lugar de mi trauma? No seas payaso —objeté colérica —. ¿Por qué guardan esa mierda entre ustedes? ¿Eronnis lo permite? No recuerdo que fuese su lugar favorito.

Se encogió de hombros, y siguió caminando, arrastrándome en el proceso.

—¡Tahiel!

—Prometo que bajo ninguna circunstancia vas a entrar de nuevo ahí, ¿bien? —bramó —. Ahora deja de hacerme rabietas, que no las soporto.

Sangre  |  Círculo 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora