25. Amar

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Angelie

Hatris era un hombre inteligente, era lo único sensato y acertado que yo podría decir de mi padre. Isla blanca estaba prácticamente en el medio de la nada, había surgido hace mucho tiempo y aún seguía de pie, era el único sitio libre y en paz que quedaba en el mundo. No voy a negar que estaba realmente sorprendida, no solo de la ubicación, sino también de que el Círculo, siguiera sin saber el paradero de aquel lugar.

Creo, que para los gobernadores los Liberatum no eran una amenaza, sabían —o entendían —, que Hatris estaba tomado de las manos, con una población mínima que no daría para pelear contra ellos, seguro a causa de eso no se habían preocupado. Yo, siendo consciente de que era gobernadora, entendía que si tenían de qué temer. Los Liberatum tenían un ejército, tenían científicos en potencia, y armamentos, así como mucha tecnología, para ser una isla abandonada.

En Isla Blanca todo el mundo buscaba algo que hacer, todos querían formar parte de la revolución. Nadie se quedaba de brazos cruzados y eso inspiraba. Ver sus caras de felicidad, y la ilusión con la que miraban me devolvieron las ganas de vivir. Semanas después, aún cuando no salía mucho de la Mansión Weesex, entendí que yo también debía hacer algo. No iba a negar que me molestaba la música, allí no habían normas o leyes que le prohibiera a la gente ser libre, me molestaba el olor a cigarro, los niños o jóvenes bailando, habían tantas cosas que me hacían fruncir el entrecejo; al final Zyleb me explicó que fui creada para aborrecer las cosas que estaban prohibidas por la ley mundial, no era que ellos estaban mal, la que estaba mal era yo.

No me dejé ver mucho en las calles, no estaba preparada. Conocí de forma superficial al pelotón principal de la isla, apenas unos minutos y corrí a casa. Los abuelos no se me despegaban de los talones, y Annoris me había dejado conocer a todos, pero luego entraba a la habitación que me habían asignado, y me abrazaba toda la noche cuando pensaba que dormía. Odrey no había regresado a casa desde el día de mi bienvenida, y tampoco había podido verle, Solly me había dicho que se adaptaba a los que entrarían nuevos al ejército. Yo ansiaba hablar con él.

Pero, la mirada de la gente me paralizaba, me veían con esperanza. Como si yo tuviera algo que ofrecerles, como si fuese su pase a la victoria; y quería huir de eso, porque no sabía qué era lo que esperaban de mí. Así que esa mañana me levanté dispuesta a dejar el temor de lado, y entender como funcionaba todo, iba a descubrir la forma de ayudar yo también.

¿No era lo que siempre quise? Ya había encontrado un motivo para seguir, y era salvaguardar las cara de esas personas, y hacer que otros conocieran dicho estado de paz.

—Necesito descansar —soltó Solly sin aire, dejé de correr para regresar a su lado, tenía la respiración irregular, más no tan alterada como la de mi prima.

Me reí lentamente.

—Lo siento, olvido que soy Mostenire a veces —Solly apoyó sus dos manos en ambas rodillas respirando con pesadez, rió al escucharme —. Creo que podemos terminar por hoy.

—Tú no necesitas entrenamiento, pareces un soldado —acotó, recuperando el aliento, ambas comenzamos a caminar en dirección a la mansión.

Asentí.

—Aprendí rápido con Kasher, cuando tomó Ciudad Militar.

Al entrar a casa, fuimos cada una a ducharnos, y ponernos ropa decente; opté por un pantalón militar y camiseta blanca, dejé mi cabello suelto. Atrapé a Solly saliendo de su habitación cuando iba camino a la sala.

—¿A dónde vas ahora? —inquirí.

—Al comando —Informó, ajustando su pistola en la cinturilla de su pantalón —. ¿Quieres acompañarme?

Sangre  |  Círculo 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora