11. Enfermo

69 12 8
                                    

Kasher

Safir Nederland —mi padre—, antes de morir se encargó de enseñarme algo muy bien. Decía, que no importaba que tan cómoda tuviéramos la vida, siempre debíamos ir por todo, porque esa plenitud era la que nos merecíamos. El problema no fue crear de mi alguien que siempre iba por lo inalcanzable, el problema fue cuando él agregó: y no importa a quien tengas que llevarte por delante.

Cuando murió, y todo se quebró para mi, entendí que debía luchar por sus ideales y hacerlos míos, hasta el punto de conseguir lo que quería, sin importar a quienes tenía que eliminar del camino delante de mí. Nunca fui el hijo perfecto, me burlé de sus planes un montón de veces, asistía a los entrenamientos del ejército a duras penas y porque si no, me castigaba hasta morir. Safir siempre creyó en que se iba a apoderar de lo que le quitaron, simplemente por no ser el hijo favorito, y yo iba a conseguir eso que él tanto soñó.

Destruir al Círculo y apoderarme de todo lo que tenían.

Tuvieron las agallas de llevarse a mi padre creyendo que siempre tienen el control; yo les iba a demostrar, que de control, no tenían nada. El Círculo estaba destinado a caer.
A esa hora de la noche ya no se escuchaba mucho movimiento en la base El León, era la base más grande que teníamos en Lions, Ciudad Espejo siempre fue un buen lugar para escondernos, era de esas ciudades no tan supervisadas por el gobierno, y de la que, secretamente, no tenían tanto control como pensaban. La mitad de la población era Lion. Estar infiltrados en todas partes era nuestra mayor ventaja.

El olor a nicotina llegó a mis fosas nasales, ocasionando que me gire a buscar al responsable. Algo que nos condenaba como Mostenires, era que nos habían creado para aborrecer las cosas que estaban penalizadas en la ley, y no podíamos deshacernos de eso. No soportaba el olor a cigarro, y consumir uno solo podía ocasionar que mi cuerpo cayera en coma por horas. Era como si nuestro sistema se reiniciara cuando pecábamos. Estábamos algo malditos, por llevar poderes, que aunque no elegimos, a mi en lo personal me divertía bastante.

Tenía la habilidad de teletransportarme, y cada Mostenire tenía la dicha de cargar con un sistema inmunológico más fuerte que cualquier humano normal. Nuestra vista, nuestros reflejos, nuestra fuerza, era mayor, podía matar a cinco humanos yo solo, era digno de ver.

El soldado que fumaba, salió corriendo cuando me vio mirarlo con odio. Detrás de él venía Kinall, suspiré al verla, sabía lo que había pasado. Kinall se la pasaba jugando con los pobres soldados, los ilusionaba, lo había intentado conmigo pero no podemos matarnos entre dos que somos iguales; compartimos una pasión que ella ha intentado eliminar, pero nunca se resiste a mis encantos, ni a mis visitas sorpresas en su baño específicamente cuando se está bañando. ¿Ya ven por qué amaba mi habilidad?

—Llegas tarde —anuncié, neutro.

Kinall era muy seria, nunca se le ha visto sonreír. Su postura resulta asfixiante para la mayoría de las personas que la conocen, su piel totalmente oscura le hacía ver imponente, tenía una dentadura brillante, y un cabello blanco, natural, que le sentaba de una forma exótica. Era alta, de figura esbelta, y caderas entonadas. A pesar de vestir con ropa militar color negro, se veía sofisticada todo el tiempo.

—No me jodas, aún falta media hora —gruñó, y se acercó para apoyarse de la barra de metal junto a mi. Veíamos de forma fija la planta baja de la base, mayormente utilizada para entrenar combate cuerpo a cuerpo.

Kinall era mi mano derecha, era una mujer ruda y bastante inteligente, perspicaz. Solía ver incluso más allá de mi, y por eso siempre la tenía cerca, muy cerca. Junto a ella fue que logré tener el ejército que necesitaba, para llevar a cabo nuestro primer plan. Apoderarnos de una de las Ciudades.

Sangre  |  Círculo 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora