1. Política

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El metal era lo único que calmaba la sensación de que mi cabeza podría explotar en cualquier momento, por lo que tomé la pequeña cadena plateada que colgaba de mi pecho y la llevé a mis labios, mordisqueando el metal mientras me incorporaba por completo. El inicio de la mañana se dio a declarar cuando mi alarma sonó; siempre me levantaba antes de que sonara, era culpa de las constantes pesadillas que se desarrollaban en mi cabeza. No tenía paz.

Siempre olía a plomo, y se escuchaban disparos. La sangre corría por todas partes. Y mis pies se movían freneticos intentando escpar, ¿pero de qué?

Mi respiración irregular creó un molesto dolor sobre mi pecho, busqué aire desesperada mientras observaba mi alrededor. La luz clara de que había amanecido se filtraba por las dos ventanas. Restregué mi cara suspirando, moviendo mi cuerpo para plantar mis pies en el frío mármol. Las pesadillas eran constantes, sin rostros, sin nombre. Cómo si recordara una realidad que no me pertenecía, ocasionando que mi cabeza palpitara en un intenso dolor incapaz de controlar.

Tomé los mismos quince minutos de todos los días para ducharme, y otros quince para vestirme con el uniforme del Instituto Esmeralda. La falda negra plisada llegaba justo por sobre mis rodillas, se usaba con una camisa blanca por dentro y de mangas largas, esta tenía bordado el escudo de la institución, zapatos sin tacón, ningún tipo de accesorio más que la cadena de identificación y algún objeto muy importante; como el reloj que siempre llevaba. El uniforme me parecía una abominación, carecía de elegancia y moda para ser la vestimenta que utilizaban tantos adolescentes de alta jerarquía, pero había que aceptarlo. La directora se empeñaba en decir que el futuro estaba en nuestras manos, y que debíamos apreciar la simpleza, porque luego íbamos a llorar por ella.

Tomé el pequeño bolso para entrar algo muy necesario, mi partner que me permitía comprar o hacer cualquier tipo de transferencia, un viejo libro de historia, y algunas cosas de mujeres, de esas que siempre se cargaban en el bolso, sin saber si la ibas a usar. El tiempo de la tecnología no solo se apoderó de las calles, también los hizo de las escuelas. Una simple tableta era capaz de guardar todo material didáctico que podría necesitar, los cuadernos y los libros pasaron a segundo plano. A veces lo agradecía.

Bajé las escaleras de dos en dos, y entré en el comedor para encontrar a mi madre sentada de una forma muy tranquila, desayunando, como todos los días. Annoris Peterson era una mujer de cabello rojizo y estatura muy baja, con algunas libras de más, pero hermoso rostro en forma de corazón y labios rellenos. Mi cabello a diferencia de ella había salido del color de la zanahoria, y sobrepasaba el largo normal, mi rostro de porcelana, fino... No se parecía nada al de ella. Y no era de extrañarse, era adoptada.

—Tres minutos tarde —apuntó con suspicacia, sus labios estirados en una sonrisilla, aún cuando pretendía reprenderme —. Buenos días a ti, Angelie.

Vestía un costoso vestido negro, pero simple, y su bata de hospital ya estaba sobre ella. Su mano con perfecta manicura, agarraba una taza de porcelana llena de café. Mi madre era una mujer muy perfeccionista, dedicada, a veces demasiado protectora... y claustrofóbica. Les temía a Ellos, como todos. Pero ella incluso les temía más. Era una máquina de dar órdenes, una y otra vez repetía frases que debía captar.

Angelie pasa desapercibida. Angelie no confíes en todo el mundo, Angelie debes ocultar tus ojos. Angelie nadie debe enterarse de lo que eres, nadie debe enterarse de lo otro...

Pese a todos sus temores la amaba, y siempre intentaba respetar sus reglas. Intentaba. Ser un canino que capta órdenes nunca había sido lo mío, creo que era una de mis debilidades más grandes, hacía todo sin pensar en las consecuencias, y una vez una decisión estaba tomada no había marcha atrás.

Sangre  |  Círculo 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora