28. Voces

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Eronnis

Por los grandes ventanales del Palacio entraban los últimos rayos del sol radiante. Bañaban la estancia en ese dorado cálido, incluso armonioso y bello. Los cristales hacían un trabajo excelente distribuyendo la luz del sol, sin que quemara. Por eso amaba Ciudad de la Supremacía, era el lugar más cálido del mundo, al menos para mí. Me detuve a medio pasillo para esperar a Tahini, quien salía de su aposento con sus Protectores detrás, vestía simples pantalones de tela negra y una blusa blanca con arandelas delanteras que contrastaban con su pelo del mismo color. Tahini era alta, incluso más que yo, y con los tacones negros de aguja que llevaba me llevaba una cabeza, yo había optado por dejar los tacones ese día, el largo vestido de seda ocultaba las balerinas que portaba.

—Eronnis —me saludó, sonriendo débilmente. Tahini era la versión femenina de Tahiel —y estaba demás decirlo —, tenían la misma asimetría del rostro, y el mismo color de pelo y de ojos, ese esmeralda brilloso. Los de Tahini brillaban incluso más, portaban esa calidez y esa gracia, que poseían solo las armas puras.

Asentí, sin abrir la boca a su llamado, y acomodé mis pasos a los de ella. Mis hombres caminaban a mi lado izquierdo y los de ella en su lado derecho, dejándonos a ambas en medio de la protección. Quería que ella hablara, que dijera algo que me desconectara un rato de mi cerebro. Pero odiaba abrir la boca, me sentía como desesperada de romper el silencio, y ellos se daban cuenta. Y no me gustaba verme débil. Giramos a la izquierda, y bajamos las escaleras al segundo piso.

Sé que siempre hablaba de la ingenuidad de Tahini, pero en ese momento comenzaba a admirarla. Ella no era el fruto de consolación de Tahiel, era el número uno de su lista, a diferencia de mí. No se oponía a la causa, pero tampoco era parte de ella, Tahiel hacía el trabajo sucio siempre que podía. La había visto cerrar los ojos en las matanzas públicas, en tararear en voz baja cuando en la mesa de reuniones se decidía la muerte de alguien, o de muchos. Se enteraba de los planes e iba a todas partes, pero creo que en ninguno de esos escenarios ella ha estado presente, no más que físicamente.

—¿Quieres acompañarme al hipódromo mañana? Hace mucho no vamos —Me invita con sutileza, girando su cabeza para mirarme y sonreírme tiernamente. Esa ha sido la Tahini de siempre, tal vez la única que ha experimentado lo que es tener una vida normal, o un cuarto de ella.

Asentí, habíamos llegado a los laboratorios, ahí estaban la oficina de los científicos que quedaban con nosotros. La puerta se abrió y la atravesamos al mismo tiempo.

—Estaría bien —acepté. A lo que ella volvió a responder gustosa.

Arnold se incorporó al vernos, Tahini sonrió grandemente al observarlo. Los había visto abrazarse cuando nadie los veía, el científico realmente tenía la devoción de la joven gobernadora. Había mantenido la compostura porque yo me encontraba presente; yo no era apegada a nadie, tal vez por eso no le tenía ese amor paternal que Tahini le profesaba, Arnold tenía incluso el respeto de Ayesha, quién era el diablo vestido de mujer.

Yo no podía hablar mal del hombre con lentes de montura, fui la primera en creer en su lealtad cuando se descubrió lo de Aravis. Annoris también lo engañó. Siempre ha servido a la causa sin errores, llevó algunos golpes, Drac no es tan paciente como los demás. Pero no había forma de culparlo, Tahiel también tuvo contacto con Aravis y nunca pudo reconocerla. Veía en sus ojos, cierta alegría disfrazada de profesionalismo, la llegada de Aravis solo le importaba al viejo con par de canas en su cabello.

—Gobernadoras —saludó, inclinando su cabeza.

—Arnold —nombré, imitando su gesto.

Tahini sin poder evitarlo, se colgó de su brazo, hablando con verdadera energía.

Sangre  |  Círculo 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora