Kasher
Aravis Weesex creía que causa un sentimiento, pero dentro de mi crecía otro. Mató a uno de mis hombres en primera fila porque entendió que podría conmigo, a mí me encendió que tuviera tanta autoestima como para creer que podría estar a un paso delante de mí. Nadie estaba delante de mí. Pude haber sucumbido a su llamado, y hacerla arrepentirse ese mismo día de lo que hizo. Pero a mí la venganza me gustaba fría, cuando casi estaba congelada y de la manera más extraña posible, para que nadie me pueda ver llegar.
De por si nadie lo hacía, si desmaterializarme era una de mis virtudes como Mostenire. Me agaché a la altura de Kelian, y ajusté el mini mono militar que mi hijo tenía, completamente de un rojo vino, con funda de cuchillos amarradas a sus tobillos. A Kelian no le gustaban las pistolas, decía que eran innecesarias y estúpidas, él no le temía a nada, pues desde pequeño le repetí una y otra vez que el mundo debía temer de él, no él del mundo.
—¿Recuerdas lo que te dije? —pregunté a Kelian, volviendo a incorporarme.
Asintió —Sí, señor —levantó la mirada para atrapar la mía, Kelian amaba el contacto directo —. No matar a nadie.
—Así es —secundé —. Vamos.
El niño caminó a mi lado, y nos incorporamos a los demás que nos esperaban en la explanada subterránea, un pelotón de soldados de Lion, y los demás Mostenires. Estaba muy confiado de mi plan, tenía las cuatro capsulas inyectivas listas para las gobernadoras, era un plan de locos, pero cuerdo yo no estaba.
El pelotón se había camuflado de agentes, y fueron los primeros en salir, para distribuirse en la ciudad y en el museo. En el auto, salí junto a los Mostenires, y mi hijo. Si exponía a Kelian de esa forma era porque sabía que nada podía herirlo, de lo contrario seguiría en la fortaleza en la que lo mantuvimos durante tres años.
El recorrido por Ciudad de la Supremacía fue en absoluto silencio, seguro que cada cabeza dentro del auto maquinaba algo distinto, nuestros odios se alimentaban de distintas fuentes, pero todos queríamos llegar al mismo lugar: la cima.
Estábamos cansados de estar en el suelo y solo ser la sombra de un grupo de mimados que parecían ser los favoritos del Altísimo. Estábamos decididos a golpearnos hasta que solo quedara un grupo de pie.
El Museo Heroico se encontraba en el centro de la ciudad, era majestuoso y no solamente por parecer un castillo, si no por todas las estatuas que rodeaban la estructura, y la manera en la que el oro relucía, al abundar tanto. Allí habían ido a descansar los restos de muchos de los padres de los gobernadores, pues también era un museo que dejaba ver al nuevo orden mundial como la mejor de las ideas. Mostrando lo que era el mundo antes del Círculo y como era después de este.
Knoll estacionó detrás del museo, la seguridad ya había sido reemplazada por los nuestros, coloqué un solo códec en mi oreja izquierda, esperando las instrucciones de los que se movilizaban dentro; los gobernadores todavía no se encontraban en el lugar. Dicha información me hizo sonreír, tener siempre la ventaja era una de mis cualidades.
Revisé en mi mente los planos de la distribución del museo por ultima vez, tenía todos los escapes posibles en caso de que las cosas se pusieran feas.
—Kinall, ve con Kelian y Kadmy dentro —ordené —, a la primera sala de los subsuelos, hasta esperar la señal.
Las dos mujeres se movilizaron, Kinall tenía la mano de su hijo en un agarre fuerte, era lo único capaz de hacerla ver más que una maldita piedra fría sin sentimientos. Una vez la seguridad del Círculo se desplazara, Eleanols iba a querer comprobar por si mismo la seguridad de los suyos, era el momento perfecto para atacarlo de sorpresa y arrastrarlo hasta los subsuelos, donde estaban todas las salidas de escapes planeadas.

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Sangre | Círculo 1
Bilim Kurgu[Saga: El Círculo: Libro I ] El nuevo mundo no es ni las cenizas de lo que una vez fue, el egoísmo y las ansias de poder de los seres humanos hicieron que este se sumiera en una guerra tormentosa que lo único que trajo consigo fue muerte. Un mu...