Espirales de oro ámbar se tejían en los finos arcos que formaban la corona de Tahini Mary Hannover, la hermana del líder del Círculo llevaba una simple tiara de joyas esmeraldas, en honor al Trono del Hierro Ardiente al que pertenecían ella y su hermano. Me gustaba observarla porque Tahini era un espectáculo, llena de seguridad cuando todos sabían que se escudaba detrás del poder de Tahiel —nuestro líder —, no la culpaba, había salido algo defectuosa. A veces demasiado ingenua y gentil, siempre buscaba la forma de dañarla un poco más a ver si era la gobernadora que todos esperaban que fuera.
Pero eso nunca pasaba, al menos no hasta el momento.
El gran salón de reuniones estaba en total silencio, cada uno de mis compañeros se sumergía en algo personal mientras sus mentes le atormentaban, podía sentir los susurros amortiguadores dentro de ellos, aún cuando no entendía ninguno, prefería no hacerlo. Ver el futuro y el pasado ya era lo bastante agotador para mi.
Tahiel se estaba haciendo esperar, siempre lo hacía a propósito. En cada una de las reuniones era el último en llegar, y por muchos minutos de retraso, nunca pedía disculpas, no es como sí el supiera como es que se dice tal cosa. Era demasiado duro y cruel, hasta consigo mismo, se escudaba en una imagen de neutralidad y poder. Siempre sin flaquear, ni siquiera en su mirada. Solo conocía un motivo por el que Tahiel podía tocar fondo, enloquecer, o flaquear en situaciones estúpidas, y tenía nombre: Tahini. Por eso se dedicaba a tenerla siempre protegida, bajo su sombra. Lejos de los buitres, y de nosotros.
Sentí su aura antes de que cruzara las puertas inteligentes, estas se abrieron al instante dándole paso, caminaba de una forma desgarbada y confiada, reflejaba fuerza, aún cuando Tahiel no era más que un chiquillo, como todos los presentes. Apenas veintiún año que no le hacían justicia en lo más mínimo, seguía teniendo un rostro aniñado de facciones finas, una mandíbula algo cuadrada sin ningún rastro de barba. Su cabello blanco brillaba gracias a los destellos de luz que se filtraban por las ventanas. Tenía unos ojos endemoniadamente hermosos de color esmeralda. Sonreía siempre de forma cerrada, siniestra, dueño de un mundo que le pertenecía en totalidad.
Tomó asiento a la cabeza de la mesa, las butacas de caoba y oro lo hacían lucir poderoso. Cuando su espalda tocó el respaldo ocultó de mi vista el escudo del Círculo y el sello de su comarca, Kabai. Estacionó sus codos sobre la mesa y entrecruzó los dedos de su pálida mano estás quedaban debajo de su mandíbula. Debió sentir mi mirada, sus ojos se dirigieron a mi por un segundo y me atrapó observándole, la sonrisa maquiavélica de sus ojos fue inconfundible mientras se acomodaba mejor en su silla, sin dejar de mirarme. No me intimidé.
He fantaseado muchas veces con la muerte de Tahiel, y sé que no son visiones. A veces mi deseos creaban confusiones, pero sabía diferenciar una cosa de la otra.
—¿Y bien...? —inquirió impasible.
Sentí algunos pares de ojos sobre mi, me encogí de hombros mientras miraba a cualquier lugar, era mi comarca pero yo no tenía nada para decir, se los había advertido. Ayesha fue la que se aclaró la garganta con intenciones de hablar, cuadró sus hombros mientras preparaba su discurso mental. Tenía sus labios en una mueca, junto al cabello rubio en largos rizos y su labial carmesí, parecía más vieja de lo que era, sus ojos negros como el obsidiana pasaron de mi a Tahiel, y se quedaron ahí.
—El último conteo fue de casi ciento diez agentes de control muertos —susurró lentamente, con sus manos apretadas sobre la mesa. Tenía ese acento extraño que sabíamos había heredado de sus antepasados. Ayesha controlaba las fuerzas militares de cada comarca, sin importar si era del área aérea o marina, las ciudades de combate eran totalmente obras suyas y le pertenecían —. Más otros civiles y trabajadores del área... Un completo caos, reporté a la noticia mundial un tercio del conteo original. No quería personas enloquecidas.

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Sangre | Círculo 1
Ficção Científica[Saga: El Círculo: Libro I ] El nuevo mundo no es ni las cenizas de lo que una vez fue, el egoísmo y las ansias de poder de los seres humanos hicieron que este se sumiera en una guerra tormentosa que lo único que trajo consigo fue muerte. Un mu...