6. Emperatriz

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Eronnis

Odiaba despedirme de las tierras de Ciudad de la Supremacía, sus costas y playas hermosas y muros rodeados de maleza verde eran encantadoras para mi, podía sentir la brisa fresca y a veces algo salada sobre mi cuerpo. El cantar de las aves servía como un tranquilizante a mis nervios, me encantaba escucharlas cada mañana picotear en los alrededores de mi ventana. Y eso era algo que no se podía disfrutar en el Palacio Resplandeciente. En cada comarca había un palacio, y un trono para cada gobernador. Pero desde que fuimos niños habíamos elegido permanecer juntos, éramos menos vencibles. y continuar con un gobierno de ocho miembros se volvía un poco más fácil.

Conocía mis tierras de memoria, siete ciudades en total, el Trono Resplandeciente no se encontraba en Espejo, pero sí en otra ciudad cerca de ella, en Cristal. La ciudad era muchísimo más sofisticada, tenía menos población Citizens, Hittla era encantador por la buena vegetación que portaba. A pesar de eso no extrañaba mi trono allí, tenía una copia exacta aquí en Supremacía. Pero no podía negarme, nunca era bueno llevarle la contraria al gran líder, de igual forma Tahiel siempre se salía con la suya. Había hablado muy claro, en dos días partíamos. Sin saber cuando íbamos a regresar.

La cena esa noche parecía una buena distracción. Había despachado a mi secretaria hacía mucho tiempo, pero me había quedado con las dos sirvientas, me gustaba lucir espléndida. La mayoría de sirvientes no servían por decisión propia, muchos de ellos eran traicioneros y rateros de las peores calañas que habían sido castigados cortando su lengua por dicha acción, no todos llegaban a tal puesto, pero estaba segura que muchos lo deseaban en vez de morir.

Los ventanales me encantaban, y la luz en todo su esplendor también. Entraban de una forma armoniosa por las ventanas,bañando la habitación de colores tan nítidos como podía ser la luz de una luna resplandeciente, llena. La brisa helada entrada apoderándose de todo, me hacía tiritar un poco mientras me colocaba mi ropa interior. La habitación tenía incluso más ventanas que mi propia sala privada. El color morado lila de mis paredes era en honor al color de los iris de mis ojos, un extraño púrpura se apoderó de mis raíces desde que fui una niña, pero quedaba en una medida justa con mi cabello oscuro, y mi piel algo bronceada herencia de mis progenitores.

Una de las sirvientas dejó el vestido en mi cama, y se alejó rápidamente para quedarse justo en la puerta. Cada uno de ellos tenía un protector de metal en la boca, este tenia un botón que tintineaba en color rojo, un mínimo movimiento en falso y sus extremidades se despedazarían en segundos. Hace unos largos meses ocasioné la muerte de uno de ellos a propósito, a veces las visiones en mi cerebro me aturdían de una forma infernal, y necesitaba liberar esa energía maligna de alguna forma. Un solo ataque de mis manos, y el uso de sus manos sobre la mía intentando protegerse, hizo que volara en mil pedazos, su sangre me tranquilizó por largas horas.

El vestido blanco era de seda y encaje, mangas largas con perlas que brillaban debajo de la luz de la luna, la falda se volvía un océano de tela bajo mis pies, los pliegues eran largos y unidos, con tiras moradas luego de mi cintura en forma de decoración. Caminé a uno de mis estantes de vidrio blindado y me quedé observando la colección de tiaras que poseía. Era gracioso porque no necesitábamos de una para reflejar poder, pero era como un agregado bonito que representaba lo que éramos, unos malditos reyes maldecidos por un legado que nos nos haría descansar. Elegí una con arcos de oro, formando pequeñas flores doradas alrededor de mi cabeza, con una gran piedra preciosa de color morado en el centro. Me sentí satisfecha, y salí de mis aposentos para dirigirme al comedor.

Teníamos horarios que respetar, incluso entre nosotros mismos.

Me adentré en las paredes del comedor con mis agentes detrás de mí, me seguían a todas partes y luego hacían guardia delante de mi puerta toda la noche. La sala tenía un comedor de ocho butacas, tres a cada lado, y una en cada frente. El palacio resplandecía mayormente en los colores negros y dorados del Trono del Hierro Ardiente, pero a veces se podían encontrar otros colores que nos representaban a los demás. El comedor era uno de esos lugares que representaba a Aravis Weesex totalmente, la gobernadora perdida que fue quitada de nuestro lado por un padre egoísta.

Sangre  |  Círculo 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora