Capítulo 19 "Basta de huir"

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“No vayas por donde el camino te lleve. Ve en cambio por donde no hay camino y deja rastro.” 

 Ralph Waldo Emerson 

   Cuando los hermanos Lucón regresaron a su casa, sintieron que las cosas no volverían a ser como antes. Sus padres estaban muy preocupados y por más que ellos intentaran calmarlos, no lograban aliviar su pena.
   Chester podía ver en los ojos de su familia esa misma tristeza que cargaron el día en el que tuvieron que cambiar su vida para trasladarse a Los Sauces, una ciudad pequeña y lejana de todo mal recuerdo. La tensión de la situación lo estaba matando, si no hacía algo era cuestión de tiempo para volver a mudarse. Esta vez no había sido su culpa, no tuvo ningún descontrol de sí mismo; solo había querido ayudar a Emilia, una vecina que todavía no lograba comprender.

   Habló con Julién, que siempre había sabido darle buenos consejos, pero esta vez estaba tan desconcertado como él. Ninguno sabía qué hacer.

—Llama a Ícaro —le sugirió como última alternativa.

   Los dos se miraron en silencio. León se cruzó de brazos y se tocó los puntos que le habían cocido, cerca de su sien izquierda, recordando los estudios que le hicieron en el hospital antes de darle el alta. Había tenido demasiada suerte al ser el único herido. Si hubieran dañado a su hermano menor no podría con la culpa.

   Julién lo observó, imaginando sus pensamientos, y se sentó a su lado sobre la cama en la que horas atrás Emilia se había escondido. Pasó el brazo sobre sus hombros para acercarlo un poco y habló en voz baja, como si ni él mismo quisiera escucharse.

—Todo pasará…nada de lo que me suceda a mí podría ser tu culpa.

   Chester pestañeó con fuerza varias veces, queriendo alejar las lágrimas. Solo había llorado una vez en su vida, cuando se enteró de que el joven con el que se había enfrentado estaba muerto. Y ahora temía tener de cerca a la muerte, nuevamente. El riesgo cada vez era mayor, podía presentirlo.

—Tenemos que ser fuertes. Te ayudaré a desarrollar tu poder —concluyó aumentando la presión del abrazo.

—Nunca pude crear hielo —Recordó lo que el pelirrojo le había dicho antes de marcharse—. Todos pueden verlo, soy débil.

   Julién lo soltó y se paró en frente suyo con firmeza.

—Jamás hiciste algo para fortalecerte. No llames debilidad a tu inexperiencia.

   Chester levantó la mirada y se obligó a sonreír. No tenía otra alternativa que prepararse. Demasiado tiempo había huido de sí mismo, pensando que así los problemas no podrían alcanzarlo.

   En ese momento apareció Diana con una bandeja llena de frutas.

—¿Cómo están? —preguntó por milésima vez en el día. Su rostro, siempre radiante, ahora denotaba el cansancio de una mala noche y de tener que estar alerta continuamente.

—Estamos bien, no te preocupes.

   León se levantó para recibir la bandeja y dejarla en el escritorio. Luego abrazó con fuerza a su mamá. No sabía cómo explicarle lo que había sucedido. Sus padres sabían de su poder y sospechaban que Emilia tenía algo, pero no estaban al tanto de los últimos acontecimientos.  Por más que hicieran la misma pregunta, ellos no cambiarían la respuesta, provocando que la tristeza  en sus corazones se hiciera más honda.

—La policía no está haciendo nada por encontrarlos. Dicen que lo único que ayudaría es encontrar la estatua que robaron, no hay huellas, no vieron sus rostros…no entiendo, por favor ayúdennos a comprender —Les imploró con los ojos vidriosos.

Hielo contra fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora