“Los sentidos no engañan, engaña el juicio.”
Johann Wolfang von Goethe
El agua caliente de la ducha empañó todo el baño y su densa neblina rodeó a Emilia como un cálido e inmaterial abrazo. Con las manos apoyadas en la pared, dejó caer la cabeza hacia adelante y cerró los ojos tratando de poner la mente en blanco. Necesitaba volver a la normalidad.
Cuando ingresó a su casa y recordó que iba a estar sola toda la noche, tuvo un poco de miedo. Era común que sus tíos salieran algún que otro fin de semana a cenar afuera con sus amigos. Meses atrás, solía aprovechar esos días para juntarse con Abi y Jose. Pero todo había cambiado. Últimamente se quedaba viendo alguna película o simplemente durmiendo.
Estaba completamente sola y tenía los ojos cerrados. Lo único que se escuchaba era el sonido del agua de la ducha impactando en su cuerpo y luego en el fondo de la bañera. Respiró hondo y comenzó una cuenta regresiva de diez a cero con cada inhalación. Al soltar el aire, trataba de expulsarlo con fuerza, creyendo que eso ayudaría a llevarse sus inseguridades.
Una vez terminado el ejercicio de relajación, cerró la canilla y se envolvió con la toalla. Un sentimiento raro se apoderó de ella antes de abrir la puerta y salir al pasillo. El corazón comenzó a latirle con más profundidad, como si en cada contracción se enterrara más en su pecho y quisiera ocultarse de algo.
“Basta de pensar”, se dijo a sí misma y con paso seguro caminó hacia su habitación y volvió a encerrarse. Se apresuró en cambiarse y con el cabello todavía goteando en su pijama, revisó su celular. No tenía ningún mensaje.
Pensó en escribir a sus amigas, para averiguar si alguna estaba despierta y quería hacerle el aguante un tiempo. Seguramente querrían chismosear sobre Ícaro y ella podría darles el incentivo necesario. Al final se decantó por hacer lo más coherente, dormir.
Eran las doce y media de la noche cuando corrió las sábanas para acostarse y un recordatorio le impidió entregarse al dulce sueño: había dejado trabada la puerta de entrada a la casa. Así que a regañadientes volvió al oscuro pasillo y bajó las escaleras guiándose de la luz encendida de la lámpara del living.
Se apresuró en correr la traba para que sus tíos pudieran entrar con sus llaves al volver. De ahí fue a la cocina a tomar agua y se quedó en penumbras, mientras daba pequeños sorbos y escuchaba a un par de grillos.
De repente oyó un crujido proveniente de la parte trasera de la casa que la paralizó. Los siguientes segundos, en los que trató de agudizar sus sentidos, solo pudo sentir los golpes de su corazón tratando de alertar a todo el cuerpo. Dejó el vaso sobre la mesada con sumo cuidado de hacer ningún ruido que pudiera afectar su atención. Se asomó a la ventana y miró de reojo. Temía que de la nada apareciera algún gato y la matara de un susto.
Volvía sobre sus pasos, dirigiéndose hacia su habitación, cuando volvió a escuchar un sonido similar al anterior. Uno no era nada, pero dos ya era demasiada casualidad. Emilia admitió para sus adentros que estaba más perseguida de lo normal, desde que vio esa sombra moverse en su cuadra. Tal vez sí era una buena idea conversar con sus amigas para pasar la noche.
Subió las escaleras y se refugió en su habitación. Todo estaba cerrado, no había razón para temer de algún intruso. Se cubrió de pies a cabeza con las sábanas y comenzó a escribirle un mensaje a Jose.
No había llegado a mandarlo cuando sonó un golpe seco proveniente de abajo, en el interior de la casa. Casi saltó de la cama de la contracción general que experimentó en todo el cuerpo a causa del miedo. Ahora sí que tenía que preocuparse.
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Hielo contra fuego
FantasySiempre nos dijeron que los opuestos se atraen. Que el agua y el aceite son la pareja perfecta, como el hielo con el fuego. También escuchamos que del amor al odio, y viceversa, hay un solo paso. La cuestión es que no todos quieren dar ese salto de...