"El pasado es un cubo lleno de cenizas."
Carl Sandburg
Emilia se despertó cerca del mediodía por insistencia de Marina. Debía ayudar a preparar el almuerzo y no pudo, por más que quiso, negarse ante los argumentos que esgrimía su tía.
"Pronto vas a estar sola y no puedes vivir del aire", "ya es hora de que aprendas a cocinar", "no quiero que vivas a base de pizza y cualquier cosa que tenga delivery"... La mejor de todas: "Dirán que soy mala madre si te dejo ir tan inútil".
La muchacha puso los ojos en blanco y tiró la toalla, es decir: las sábanas hacia el piso.
—En cinco minutos bajo. —murmuró con la voz ahogada por la almohada sobre el rostro.
La luz entraba con fuerza a través de las ventanas abiertas. Podía percibir que afuera era un día hermoso, lleno de sol y pájaros cantando. Aun así no lograba sentirse plena. Al irse, los hermanos Lucón, se habían llevado una parte de sí misma. A pesar de no querer admitirlo, había llegado a quererlos más de lo que podía permitirse en tan poco tiempo. Su corazón trabajaba a velocidades diferentes del resto del mundo, o al menos eso había querido creer toda su vida.
Sus amigas habían sido el producto de las recomendaciones de su psicóloga que le aconsejaba abrirse un poco hacia un par de personas. Jorge era el resultado de una simpatía generada tras muchos años de encuentros repetidos. Ícaro era más un maestro que un amigo. Y así con el resto.
¿A quién le miento?, se preguntó mentalmente mientras se refrescaba con el agua del grifo. Levantó la vista, dejando que las gotas frescas se deslizaran por su piel hasta caer en su pijama. Se miró al espejo del baño durante unos breves segundos de reflexión.
—A mí. —respondió en voz baja.
La verdad era que quería a todos y estaba aterrada porque presentía que habría de perderlos. Ya había comenzado a hacerlo. Se sentía sola.
De regreso a la habitación, recordó a su nueva mascota. El caracol seguía en la cajita, que a su vez se encontraba sobre un frasco ancho que había vaciado de lápices antes de dormir, para asegurarse de que no huyera. Sabía tan poco sobre ese ser tan poco agraciado. Era de un marrón oscuro y había dejado su baba pegada en las hojas. Solo Julien podía convertir algo asqueroso en algo tierno.
Antes de lo pensado, se halló a sí misma acariciando el molusco con el dedo índice.
—¡Emilia!
El grito de Marina la sacó de su trance maternal. Sacudió la cabeza y sonrió ante la situación. Sabía que muchas parejas tenían mascotas en lugar de hijos o se regalaban animales como muestra de amor. "Cuida nuestro beso". Volvió a leer esas palabras una y otra vez.
Ellos no entraban en categoría romántica alguna. Eran dos chicos raros compartiendo un beso raro y teniendo un bicho, no menos raro, como resultado. Y esa criatura habría de tener nombre.
—¡Emilia, ven rápido!
—¡Voy! —gritó y volvió todo a su lugar.
Escondió el papel bajo la almohada y se dirigió a la cocina.
Abajo la esperaba una montaña de papas para pelar.
—¿Por qué tantas?
Marina hizo caso omiso a la pregunta y le pasó un cuchillo.
—¿No hay pelapapas?
—Se rompió.
—¿Cómo es posible?
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Hielo contra fuego
FantastikSiempre nos dijeron que los opuestos se atraen. Que el agua y el aceite son la pareja perfecta, como el hielo con el fuego. También escuchamos que del amor al odio, y viceversa, hay un solo paso. La cuestión es que no todos quieren dar ese salto de...