“Cuando anhelamos una vida sin dificultades, recuérdanos que los robles crecen con fuerza con vientos en contra y que los diamantes nacen bajo presión.”
Peter Marshall
El haber conocido a Ícaro, sacó a Emilia de su burbuja existencial. Como si una nueva puerta se hubiera abierto de manera misteriosa. Al llegar a su casa se alegró de no haberse cruzado con nadie. Más tarde durmió profundamente.
Al día siguiente llamó al artista circense a la hora acordada y él respondió al acto con una voz grave.
—Hable.
—Hola Ícaro, soy Emilia. Te llamaba por…
—Sí, claro, Emilia. ¿Puedes ir al parque, por el sector sur, donde está la fuente antigua?
—Eh…creo que sí. ¿Cuándo?
—¿En cuánto tiempo puedes estar ahí si sales ya?
—Eh…este…calculo que en una hora.
—En una hora te espero —sentenció y colgó.
La joven se quedó con el teléfono en la mano tratando de procesar la conversación. Vio la hora y corrió hacia la ducha. Como no esperaba tener que salir ese día, ya que pensaba que quedarían para más adelante, estaba con su ropa más vieja y cómoda, que solo usaba dentro de la casa.
Cinco minutos después, salió salpicando agua por todas partes y se vistió sin secarse bien. Si se tratase de cualquier otra persona, se hubiera tomado las cosas con más calma. Ícaro era distinto. Apenas lo conocía y no podía darse el lujo de dar una mala impresión. Sobre todo si iba a pedirle que le enseñe sus trucos gratis. Al fin y al cabo, él era quien se había ofrecido primero.
Se despidió de sus tíos, diciendo que Josefina la esperaba y se le hacía tarde. No le gustaba mentir, pero era la única alternativa. ¿De qué manera podía explicarles que iba a ir a la parte más solitaria del parque a juntarse con un extraño?
Trató de hacer memoria y recordar el sector sur del parque. Cuando era niña la fuente había dejado de funcionar y desde ahí nadie la frecuentaba.
Tomó un colectivo y luego un taxi para llegar a horario. Era la única manera de cumplir con el tiempo que habían acordado.—Disculpe que me entrometa —dijo el chofer mientras la miraba a través del espejo retrovisor—. Es la primera vez que un pasajero me pide que lo lleve hasta la fuente. Ya nadie va para ahí y está por oscurecer.
—Me espera un amigo —respondió tratando de sonar segura, aunque la verdad era que a medida que se internaban en el parque se sentía más vulnerable. Realmente no había un alma por los alrededores. Tranquilamente podría pasarle cualquier cosa y nadie se enteraría.
—Dicen que a la noche se llena de drogadictos… no es un buen lugar para una señorita —volvió a mirarla—. Pero no es asunto mío, usted tendrá sus motivos. Disculpe —se excusó nervioso. Él podría estar pensando que ella no era lo que aparentaba y parecía temer un poco.
Emilia suspiró. Él desconfiaba de ella, y ella de él. Ambos podrían estar metiéndose en la cueva del lobo, que, definitivamente, no era ninguno de los dos. ¿Y si Ícaro no aparecía? ¿Por qué la citó en un lugar así? Aceptó sin dudarlo y ahora que el señor le explicaba la situación actual de aquella zona, comenzaba a temer por su seguridad.
Cuando llegaron al punto de encuentro, el taxista quiso cobrarle rápido para volver a la compañía de la bulliciosa ciudad. ¿Y si era una emboscada? Estuvo a punto de decirle que volvería con él cuando divisó la figura del joven acercándose. Ya estaba allí, no había escapatoria.
Bajó del vehículo y vio cómo desaparecía en segundos. Una fresca brisa le erizó la piel mientras caminaba hacia el muchacho.
—Hola —dijo tímidamente, manteniendo la distancia.
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Hielo contra fuego
FantasySiempre nos dijeron que los opuestos se atraen. Que el agua y el aceite son la pareja perfecta, como el hielo con el fuego. También escuchamos que del amor al odio, y viceversa, hay un solo paso. La cuestión es que no todos quieren dar ese salto de...