Capítulo 27 "En las rodillas de la bruja"

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El fuego es así, ama a quienes no le tienen miedo.

Jean-Marie Gustave Le Clézio


A medida que avanzaba, la podía percibir con más claridad. Su energía lo guió hasta la última puerta. Giró la perilla con delicadeza y empujó despacio para no perturbar el momento.

El living permanecía tal como lo recordaba: amplio, con la luz tenue colándose por las cortinas blancas, el viejo piano de cola en un rincón, dos sillones en la pared opuesta... y ella sentada en el único punto al que no llegaba el resplandor del sol.

Observó su silueta, como un esbozo que cobraba fuerza a medida que sus ojos se amoldaban a la nueva visibilidad. Cortó la distancia y se arrodilló a sus pies. Ella le tomó el rostro, con sus manos frías y suaves. Se miraron a los ojos sin decir palabra alguna, sin emitir más sonido que el de sus corazones; uno fuerte y joven, el otro calmo y experimentado.

Luego, el muchacho se reclinó sobre sus piernas hasta descansar su cabeza en el regazo de la mujer. El vestido de seda lo recibió con suavidad y un olor a lavanda inundó sus pulmones. Permaneció en esa posición, hasta que unas manos se apiadaron de su alma y acariciaron los suaves cabellos dorados, descargando su paz a través de las hebras de oro que la condujeron con urgencia hacia aquel corazón necesitado.

Volviste a mí

Otra vez escuchó esa voz en su mente. En respuesta, rodeó sus piernas con firmeza.

¿Estás listo?

Ícaro se hundió más entre la seda y asintió con la cabeza, aspirando con fuerza. Ella le tomó el mentón y con delicadeza lo ayudó a incorporarse.

—Mi dulce niño, ¿qué es lo que te pesa?

El joven negó con la cabeza.

—Nada.

—Déjame aliviar tu corazón.

La mujer intentó poner su mano en el pecho de Ícaro pero él la tomó de la muñeca antes de que lo rozara y la guió hacia su frente. Dejó que sus energías se conectaran y tras una pequeña lucha, la dejó entrar en su mente.

Primero sintió un choque de electricidad, su vista se nubló y lo que estaba a su alrededor desapareció. Poco a poco fue trayendo sus recuerdos a la escena, como si se tratara de una obra bajo su dirección. Le transmitió todo lo que había vivido en los nueve años en los que estuvo viajando por todo el mundo, buscando a Eleonora y a los anillos. Él le había prometido llegar hasta el fondo del asunto. Se había preparado toda su vida para aquella misión. Era lo único que lo mantenía en pie; era su motor para desafiar sus límites; era, al mismo tiempo, su camino y su destino.

No había una línea divisoria entre las dos mentes, de modo que él sabía las reacciones de ella ante cada situación. En algunas percibió el enfado, en otras la alegría. Cuando apareció Emilia sintió la curiosidad, del mismo modo que con los hermanos Lucón. Baltazar, Ágatha, Eleonora, todos pasaron por el escenario de su mente. Cuando llegó Seth, ella presionó con fuerza su cabeza y lo devolvió a la realidad con una sensación de vértigo. Como si hubiese estado a punto de caer al vacío.

—Es él.

Ícaro asintió, todavía un poco confundido por el cambio de situación.

—¿Qué hago? —preguntó, revelando al fin lo que lo había llevado de regreso a su antiguo hogar.

—Lo sabía. Se avecina el cambio de Era, mis cálculos eran acertados.

Se levantó y caminó hacia la ventana. Él la siguió con los ojos, encantado de verla con mayor claridad. El cabello le caía como una cascada de rebelde lava negra que llegaba hasta sus caderas. Su perfil afilado se asomaba, cubriendo la luz como un astro cubriendo a otro en un eclipse. Sus labios emitieron una sonrisa delicada. Estaba inmersa en maquinaciones de su poderosa mente.

Hielo contra fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora