Capítulo 9 "Atando cabos"

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Capítulo 9

“Atando cabos” 

48 horas antes

La conversación que había tenido con los hermanos Lucón aún le daba vueltas por la cabeza. Parecía que de verdad querían ayudarla, pero eso no bastaba para armar el rompecabezas. Chester le advirtió que si no conseguía equilibrarse y dominar lo que le estaba sucediendo sería un peligro. Julién le dijo que su madre era mala. ¿Cómo era eso posible? Su vida ya era demasiado oscura como para agregarle el drama de un comic de Marvel. Mientras veía una película de superhéroes se preguntaba en que bando estaría cada uno.

Si su madre había cambiado era hora de averiguarlo. Necesitaba saber más. Quería encontrarla y obligarla a poner todas las fichas sobre la mesa. Ya era hora de dejarse de ambigüedades. ¿Cómo conseguiría llamar su atención?

La última vez que la vio, y primera después de tantos años, fue cuando casi desfigura a una compañera. Recordar aquel suceso no mejoró su estado de ánimo. Se sentía desahuciada, pero no era un sentimiento nuevo en ella. Tenía que sacar algo de todo aquello.

Mientras meditaba en la cuestión sintió ruidos lejanos. Salió de la habitación y, a medida que se acercaba a la fuente, se dio cuenta de que sus tíos estaban discutiendo. El corazón le latía más deprisa y trató de mantenerse al margen para no ser descubierta.

Al principio no entendía nada, pero finalmente se pegó a la pared y logró comenzar a comprender frases sueltas y luego conectarlas de alguna forma. Hablaban de ella. Del incidente de la escuela, de que eran sus tutores, de su responsabilidad. Luego un silencio.

Murmuraban, ya era incomprensible.  Siguió aguzando sus sentidos. La universidad… peligros. ¿Ella era el peligro? Hablaban de mudarse con ella. No la dejarían sola. No querían que la encuentren. ¿Quiénes? Marina subió la voz que se oía entrecortada. Debía de estar llorando.

Escuchó un poco y tuvo que agarrarse de la pared para mantenerse estable. Su tía hablaba de sus padres, parecía que se habían juntado recientemente y querían a Emilia con ellos de vuelta. Marina insistía con eso, repetía: es mi hija, es mi hija, yo la vi crecer, yo le di todo. Octavio trataba de calmarla. Le decía que baje la voz, que Emilia duerme.

Emilia no duerme, pensó. Ojalá todo fuera un sueño.

Luego su tío se ofreció para preparar un té y, aprovechando el sonido de la vajilla manipulada con nervios, subió a su habitación. Se encerró y con la almohada pegada a su rostro y bajo las sábanas se entregó al llanto hasta quedar seca.

Necesitaba respuestas, no podía esconderse eternamente. Decidió, contra su voluntad, lavarse la cara y con la mejor serenidad posible bajar y hacerles frente. Quería una explicación.

Ellos palidecieron al verla aparecer en semejante estado. Preguntaron qué le pasaba. Era ahora o nunca.

—Los escuché —Hizo una pausa para comprobar el efecto de sus palabras y prosiguió, ya con la voz quebrada—. Escuché que vieron a mis padres. Quiero saber qué está pasando.

Terminó con el rostro en lágrimas. Odiaba ser una llorona pero no podía evitarlo.

Sus tíos se miraron con el terror en sus rostros. Luego Marina bajó la cabeza dejando a Octavio con la carga de explicarse.

—Emilia —Suspiró y la miró a los ojos con franqueza—. Tratamos en todo lo posible de mantenerte al margen de esto. Discúlpanos si sientes que te hemos fallado.

—Sólo quiero saber lo mismo que ustedes saben. Simple.
Las lágrimas se vertían silenciosas por su rostro.

—Tus padres quieren verte. Te quieren con ellos…Si tú deseas verlos no nos vamos a oponer. Ya eres toda una mujer y lo que decidas será hecho por nosotros —Concluyó con toda seguridad. Eran palabras forzadas.

Hielo contra fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora