Capítulo 18 "Luna llena" (II)

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   Emilia estaba en una agonizante espera. No veía ni escuchaba nada. Se mantuvo así por un tiempo que para ella se sintió como una eternidad. De vez en cuando apoyaba las manos en el piso, dispuesta a impulsarse para salir de su escondite.

   A pesar de haber perdido conciencia temporal, estaba segura de que algo no funcionaba. Los hermanos Lucón estaban tardando demasiado.  En algunos momentos creyó escuchar un crujido, pero era tan leve que podía deberse a la estructura de la casa dilatándose como todas las noches con la baja de temperatura.

   De repente escuchó un ruido fuerte producido por algún tipo impacto.  A continuación un gemido de dolor, y más golpes. Se le paró el corazón al identificar las voces de Chester y luego Julién. Debían de estar luchando con los intrusos. “¿Qué hago yo aquí?” se preguntó Emilia en medio de la desesperación. Escuchar todo eso la petrificaba de terror, y sentía que estar allí escondida era de lo más cobarde. A pesar de todo, decidió quedarse, acatando la orden que le había dado Chester, sabiendo que en el momento de formularla ninguno había contemplado la opción de lo que estaba ocurriendo. La escena duró como un minuto y luego de un fuerte golpe volvió el más cruel silencio.

   Solo había escuchado a los hermanos porque los intrusos no emitieron más sonido que el que delataba la brutalidad de sus acciones.

 “¿Dónde está?” gritó de repente una voz gruesa. No se oyó respuesta alguna desde donde ella estaba. Luego unos pasos brutos subieron las escaleras, sin cuidarse del ruido que producían. Emilia no tenía escapatoria. Pensó en que no estaba armada, así que su única defensa podía ser su poder y no estaba segura de cuándo intentar utilizarlo a riesgo de incendiar la casa o dañar a sus amigos. Incluso creía ser capaz de dañarse a sí misma. Estaba tan nerviosa que no podría controlar cualquier llama que saliera de ella misma.

   Cerró los ojos y el rostro de Ícaro se le figuró en la mente. Lo necesitaba allí, con él se sentiría a salvo, estaría bien como en el parque. Cuando los abrió, vio una sombra asomarse al umbral de la puerta. Estaba inspeccionando la casa pero sin linterna, un detalle a su favor.

   Emilia se quedó inmóvil, respirando de a sorbos sin mover la caja torácica, tratando de silenciar su corazón que golpeaba su pecho con fuerza.

   Vio cómo la oscuridad de ese cuerpo se acercaba y comenzaba a flexionar las piernas. Tenía que resolver algo urgente. Pero el tiempo corría más de prisa y, antes de lograr articular un plan, un rostro enmascarado estaba a centímetros del suyo. Solo pudo deducir los ojos por la energía que percibía de ellos. La miraba fijo y se quedó allí, como esperando a que ella se rindiera.

  Luego, sin decir nada, extendió los brazos y la tomó de las muñecas en segundos, sin darle tiempo a retroceder. Emilia gritó y se agitó con tanta fuerza, que golpeó todo su cuerpo repetidas veces con la madera de la cama y el piso, mientras el hombre la extraía con fuerza desde su escondite. Al sacarla completamente, le apretó las dos manos con una de las suyas detrás de la espalda y con la otra la tomó del cuello para hacerla avanzar.

   La joven se resistía y trataba de zafar del agarre, pero solo conseguía que la aprisione con más fuerza, aumentando el dolor y la falta de aire. A pesar de sus gritos, nadie le respondió. Ni los hermanos Lucón donde fuera que estaban, ni el hombre que la empujaba escalón tras escalón.

   A medida que llegaban a la planta baja, Emilia iba notando la presencia de varias figuras en la oscuridad reinante. Todos estaban a la espera.

   De repente una luz la cegó. Otra figura se había acercado y le había dado de lleno en su rostro con la luz de la linterna. Ella trataba de rehuir la mirada para no cegarse, pero todo era en vano. El que la aprisionaba le soltó las manos y la agarró del cabello para tirar su cabeza hacia atrás e inmovilizarla.

Hielo contra fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora