Capítulo 22 (Parte II)

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"Creer que un enemigo débil no puede dañarnos es como creer   que una chispa no puede incendiar un bosque." Saadi


Se sentaron formando un círculo y Baltazar tomó la palabra. Después de producirles una especie miedo mezclado con ansiedad, de manera distinta en cada uno (con su frase de "bienvenidos a su fin"), los examinó con una sonrisa de oreja a oreja. Él rondaba los treinta años y tenía una contextura física atlética. Parecía ser alguien fuerte y veloz, capaz de derribar a cualquiera e ir a la vanguardia de un ataque. Lucía demasiado cómodo y entusiasmado con la extraña reunión que estaba aconteciendo.

—Sinceramente, me alegra que estén hoy aquí. Mañana sería demasiado tarde.

Julien levantó una ceja y ese gesto no se le escapó al que tenía la palabra.

—Voy a explicarles qué hacemos, para que entiendan lo que esperamos de ustedes. La situación es esta: Ícaro, Ágatha y yo, somos parte de un movimiento de resistencia y combate hacia los grupos hegemónicos que gobiernan esta zona. No se crean que les hablo de un espacio reducido, por zona me refiero a una región que supera a este país. En cada elemento hay grupos que se arman en base a las afinidades de sus líderes e integrantes. Algunos son pacíficos y otros no lo son. Dentro de los que no lo son, estamos nosotros que queremos restablecer el orden que alguna vez se vislumbró, con la regencia de Marco, el Padre de Fuego; Padre, porque comandaba la estirpe local de dicho elemento. Él fue el último que logró un acuerdo de paz, pero no duró lo suficiente por personas como... —Miró a Emilia— Eleonora y compañía. Tu madre —La joven sentía la presión de los ojos de todos fijos en ella—, forma parte de una familia, así es como las designamos, con aires aristócratas. Para que me entiendan, ellos creen que el Fuego debe gobernar a los demás elementos porque tiene una superioridad incuestionable desde su origen. Si conocen algo de mitología, sabrán que cuando Zeus les quitó el fuego a los mortales, fue Prometeo quien se lo robó para entregárnoslo. El fuego marcó un antes y un después; como el origen y el final de todas las cosas, como el único elemento purificador y como el único con el derecho divino a gobernar. Quien tiene el fuego, tiene el poder.

Se quedó en silencio midiendo las reacciones de los demás. Ninguno se movió ni se atrevió a hablar. Los hermanos Lucón, que pensaban parecido, estaban escuchando todo como si se tratara de un cuento, con algunos tintes mitológicos. En cambio, Emilia, tenía el corazón levemente acelerado. El hecho de que su madre se encontrara demasiado implicada en algo que parecía ser malo, le daba miedo. Ella eligió a Ícaro como su guía y a sus tíos como hogar, incluso cuando se le dio la posibilidad de regresar con sus padres. A pesar de todo, no quería involucrarse en algo que pudiera dañar a Eleonora; ella era quien le dio la vida y por más que le costara reconocerlo, entre tanta maleza que había crecido tras años de su ausencia, todavía la amaba como de niña. Su corazón no se había endurecido con el invierno del abandono; al contrario, había desarrollado de manera involuntaria el perdón hacia ellos. Además, cada vez que tomaba conocimiento de nuevos hechos, más lograba comprenderlos. Lo habían hecho para protegerla, y ella, pase lo que pase, no podía hacer algo distinto a eso hacia ellos.

Ícaro, a todo esto, permanecía en silencio, cruzado de piernas y con la mirada saltando entre sus tres pupilos. No se le escapaba que estaban más confundidos que antes, pero confiaba en que las palabras de Baltazar les calaran lo suficientemente hondo como para plantar una semilla; y que esta se arraigara con la fuerza necesaria para crecer en sus corazones. Si luego maduraba bien y crecía como ellos esperaban, los hermanos Lucón y Emilia pronto engrosarían sus filas. En cambio, si los frutos no brotaban a tiempo, era muy probable que fueran absorbidos por los demás grupos y llegaran a constituirse en verdaderos enemigos. Esta última idea no le resultaba placentera; había llegado a conocerlos lo suficiente como para saber que eran puros de esencia, pero la vida le había enseñado que incluso las almas más blancas pueden llegar a ennegrecer como un ébano.

Hielo contra fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora