Eran sus ojos

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Ícaro regresó a la casa de la Bruja, de la misma forma que la vez anterior: un tramo en auto y otro en pie. Durante todo el trayecto no dejó de pensar en su infancia. En su memoria habían demasiados huecos que no podía llenar por falta de datos.

Recordaba haber estado escondido en el baúl de un auto rojo. Su mamá lo ayudó a entrar diciéndole que esperara a que volvieran por él.

No podía entender por qué tenía que vivir de esa forma. Al comienzo todo era un juego, sus padres solían repetirle "Debes ser mejor que nosotros", como si se tratara de una sana competencia entre ellos. A veces festejaban cenando en un restaurante de lujo, cuando triunfaban en sus pequeños objetivos. En otras ocasiones, todo comenzaba de repente. Él podía estar durmiendo y su madre lo tomaba en brazos para salir de la casa.

Un día entendió que ella lo hacía para que él no fuera visto por los amigos de su padre. Pero no siempre fue así ya que los conocía bien a casi todos. Sobre todo a Iván, ese hombre despreciable que había encabezado gran parte de sus pesadillas tiempo atrás.

Más allá de eso no podía recordar nada especial, salvo el día en el que conoció a Eleonora. Estaba tomando un licuado de frutillas con su madre, lo que siempre solían comprarle, cuando se acercó una mujer de una larga cabellera castaña. Ella sonrió y saludó complacida de encontrarlos allí, mientras su madre disimulaba la misma reacción. Él la conocía mucho como para saber que debía quedarse callado y seguir bebiendo su merienda con la mirada fija en el vaso.

—Por fin conozco a tu hijo, veo que se parece mucho a ti. ¡Qué bonitos ojos! —le acarició la cabeza hacia atrás, obligandolo a mirarla.

Él la observó con indiferencia. Le molestaban las personas que hacían sentir mal a su madre, tal vez por eso lo obligaba a esconderse con tanta frecuencia, para evitar estas situaciones.

"No olvides su nombre: Eleonora. Es peligrosa, debes evitarla", le dijo cuando volvieron a estar solos. Como un buen niño, puso toda su atención en memorizar el nombre que murmuraría con pesar durante toda su infancia.

Por fin divisó la vieja casa. Le había costado llegar debido a la maleza que había crecido alredor. Golpeó la puerta con la intención de ser atendido y esperó hasta que el hombre pequeño abrió la puerta con la misma inexpresión de siempre y le indicó que pasara.

Todo seguía en el mismo lugar, congelado en el tiempo. Se acercó hacia la ventana y corrió la cortina para comprobar que seguía siendo la guarida de arañas. Se tentó con tocarlas, para que subieran por sus manos pero se contuvo cuando sintió que era llamado. Sin dudarlo, se dirigió hacia el pasillo, guiado por la energia de la bruja.

Ella estaba en el living sentada en el mismo sillón, en la esquina opuesta del viejo piano de cola. Sus manos se movían al son de la música del viento y sus labios murmuraban alguna canción que solo ella podia cantar.

Se acercó con respeto y se arrodilló frente a ella, a la espera de su reconocimiento. Sin saludarlo, la mujer posó su mano sobre la cabeza del muchacho y leyó sus pensamientos durante un largo rato. Él no quería que se extendiera, así que se concentró en transmitirle una imagen lo más nítida posible.

Tenía pelos blancos y corría detrás de él cuando era llevado hasta la misma casa en la que se encontraban. Su ladrido de cachorro rompía la monotonía de una mañana en medio del bosque. Su madre trató de agarrar la perra, pero ella se escapó de sus manos y volvió hacia su amo para aferrarse de su pantalón. El llanto que había estado conteniendo, se escapó cuando se le quebró la voz de niño en un último intento de pedirla. "Voy a cuidarla, mamá. Te lo prometo", pero ella no le hizo caso y la alzó para presionarla en su pecho conmovido por los llantos del niño y del animal que a tan corta edad debían despedirse.

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⏰ Última actualización: Mar 24, 2018 ⏰

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