Capítulo 15 "Una espina en el jardín"

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"Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas..."

Joaquín Sabina

 

   Los días siguientes se dedicó a practicar con las antorchas sin encenderlas. Quería lograr soltura con los movimientos para lograr atraparlas en el aire. Al principio le pareció imposible. Luego comenzó a acercarse. Y finalmente las atrapó, pero del lado equivocado. Si hubieran estado ardiendo se habría quemado. O no.
   Necesitaba dominar la técnica para volver a ver a Ícaro, le urgía hacerlo. Había investigado lo suficiente como para saber que nadie tenía su primera clase con las mazas encendidas. El joven lo había hecho por una razón: ya sabía de sus poderes.

   ¿Cómo podía haberse dado cuenta? ¿Sería algo que se percibe? ¿Por qué ella no lo sintió? Lo único que había advertido era el magnetismo que tenía Ícaro; su seguridad y confianza en el fuego. Eso fue lo que la atrajo de él en un principio. Pero de ahí a tenerlo como un igual  (o un superior) en poderes, jamás lo había considerado.

   Sus tíos no entendían nada. La miraban ejercitarse por horas desde la ventana de la cocina. Ella les había explicado que eran un regalo de Josefina y usó el jardín trasero como pista de entrenamiento. Tuvo que decirle a su amiga que respaldara su versión y no pidiera explicaciones. Por suerte accedió a darle un tiempo para mantener el misterio.

    Hacía flexiones de brazos, abdominales, estiramientos y todo lo que pudiera darle el acondicionamiento físico necesario para estar a la altura del profesor que era Ícaro. Él tenía que enseñarle a usar el fuego, ningún otro era más apto: su madre, solo le dejaba incógnitas y Chester ni siquiera sabía qué hacer con lo suyo.

   No había vuelto a ver a los hermanos Lucón desde la graduación y sabía que tarde o temprano se cruzarían. A menudo se preguntaba qué efecto tendría el beso en su relación con Julién. El chico era como una cuerda atada entre dos edificios, sobre un precipicio. Jamás podría sentirse cómoda con él. La desestabilizaba. Era impredecible e irritable. "Vértigo"... Esa palabra se le asemejaba. Una sombra se coló en su vista periférica y la desconcentró provocando que las antorchas cayeran con fuerza sobre el césped cortado al ras.

   Julién la miraba apoyado en el marco de la puerta provocándole el tan conocido vértigo. Los ojos azules la examinaban como rayos x. Por unos segundos nadie dijo nada. Emilia levantó el mentón desafiándolo a explicar su intromisión en su casa, en su espacio personal. Él sonrió y avanzó con paso seguro haciéndola retroceder instintivamente. Toda la fachada de seguridad que había intentado mantener, se cayó en el abismo cuando lo tuvo a centímetros de distancia. Tragó saliva y se cruzó de brazos para esconder los nervios manifestados en sus manos.

—Hola —dijo observándola de frente. Luego miró las mazas y se agachó para recogerlas— ¿Nuevo hobby?

—Algo así —respondió con la voz débil. Se sentía tonta. No sabía cómo reaccionar y mil preguntas se cruzaban por su cabeza impidiéndole articular una conversación normal.

   ¿Estaría allí para aclarar lo del beso? ¿Había estado esperando todos estos días a que ella se acercara y a falta de eso tuvo que tomar la iniciativa? ¿En qué quedaría todo...?

—¿Me muestras algo? —pidió entregándole las varas. Ella las recibió y se quedó mirándolas. Seguramente Ícaro se molestaría con ella si supiera lo cobarde que estaba sintiéndose. Pensar en su nuevo mentor le dio fuerzas para sobreponerse a tan pequeña situación.
—Vale. Aléjate un poco, no me hago cargo si alguna se me escapa.

   Lo vio retroceder solo un paso.

—Más lejos —lo exhortó.

—Aquí estoy bien, tengo buenos reflejos —dijo desafiándola.

   Emilia quiso tirarle una maza directamente a la cabeza en esos momentos para probar su altanería, pero la cordura la contuvo. Tenía que controlar los impulsos que Julién le despertaba. No podía tener una relación "reactiva" con él. Debía ser proactiva y a su manera. Quitarle las riendas, o tirarlo del caballo.

   Hizo algunos movimientos simples que Ícaro le había enseñado y luego intentó unos que había visto en internet. Un par de veces tuvo que recoger los objetos del piso, pero al final logró todo lo que había practicado. Para su sorpresa, su vecino había sido un espectador silencioso. Así que no supo nada de él hasta que terminó y levantó la vista.

   El chico del sauce la aplaudió.

—Muy bien. Me sorprendes.

—Gracias —respondió haciendo equilibrio en la cuerda psicológica. No se esperaba tanta amabilidad. Si le decía algo bueno, debía ser porque algo malo estaba por venir, lo presentía. Él no podía entregarle simplemente rosas. Tenía que tener sus espinas. A veces pensaba que Julién no era una rosa con espinas. Sino una espina con rosas.

—Ya puedes relajarte. No sé por qué estás tan tensa —le dijo mirándola con sinceridad—. Solo pasaba a dejarle unas cosas a tu tía y aproveché para saludarte. No te veo desde tu baile. Chester no sabe si buscarte o esperar a cruzarte de casualidad—Hizo una pausa y frunció el ceño—. Aunque yo creo que nos estás evitando y ocultando cosas.

   El corazón de Emilia se aceleró y no pudo evitar pestañear nerviosa. Él hizo un gesto de confirmación. La había comprendido.  

—Nadie te está persiguiendo. Cuando quieras hablar... sabes donde encontrarnos.

  Dicho eso se dio vuelta para ingresar a la casa, pero antes de cruzar la puerta se detuvo y quedó de espaldas unos segundos como si estuviera pensando en algo. Luego volvió sobre sus pasos para quedar frente a ella.

—O tal vez me esté equivocando y solo quieres tomar distancia por nuestro beso. Si es así, dímelo ahora para que lo arreglemos.

  Había lanzado el único dardo que daba en el blanco. Emilia volvió a tragar saliva, tratando de aclararse la garganta y la mente para formular una respuesta correcta. Pero no la encontraba.

  Julien la tomó del brazo para obligarla a mirarlo.

—Emilia es solo un beso, ¿por qué te haces tanto problema? —expresó un poco cansado.

—No es solo un beso. Es mi primer beso —confesó sintiéndose vulnerable y avergonzada.

   Él la soltó y la miró sorprendido, con la mirada desencajada. Al cabo de unos segundos se formó una  sonrisa incontenible en sus labios. Si antes no era el momento de lanzarle las mazas a su rostro, ahora era el tiempo perfecto.

—¿Por qué te ríes? —preguntó irritada.

—Perdón, lo siento —El chico estaba disfrutando de la situación.

—Para tu información no me hago problema porque esa noche tomé de más. Aquí el único desubicado eres tú, besando a tu vecina que es mayor que tú en edad —lo señaló con el dedo, chocando su pecho, como si quisiera perforarlo, cada vez que pronunciaba "tú".

  Él negó con la cabeza, mientras una mueca divertida asomaba por sus labios.

—La experiencia es más importante que los años, mi querida vecina "mayor de edad".

—Sal de aquí mocoso, interrumpes mis prácticas —Lo empujó suavemente con las antorchas. Él levantó las manos rindiéndose.

—De acuerdo. Me voy —comenzó a retroceder de espaldas—. Pero no olvides que se te escapó un gemido, con este señor menor de edad —se señaló y le guiñó un ojo de manera seductora.

   Era el momento. Le tiró con fuerza una maza, pero él la atrapó en el aire.

—Te dije que tengo buenos reflejos.

   Lo dejó en el piso y desapareció de la vista antes de recibir otro lanzamiento. Emilia quedó perpleja en medio del jardín.

   La próxima vez le tiraría una antorcha encendida y ahí vería qué tan bueno era atrapándolas.


Hielo contra fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora