Capítulo 23 "Casualidades encontradas"

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"Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos."

Julio Cortázar


El día de su cumpleaños, Emilia se arregló el cabello en la peluquería; ya no había ningún rastro del viejo mechón rosa desteñido. Con un nuevo look que la hacía parecer más madura, o tal vez aquello se debía a todo lo que había vivido en el último tiempo, se cambió y maquilló con mucho cuidado. Estaba ansiosa porque, por primera vez en muchos años, festejaría con sus padres.

Los ojos le devolvían, a través del espejo, una mirada brillante y llena de promesas para un futuro impredecible. Dio un par de vueltas, sonriendo al ver elevarse los volados de su vestido de seda blanco, y bajó las escaleras donde la esperaban sus tíos. La emoción la desbordaba, como si el dique que había construido desde el abandono de sus padres se estuviera rompiendo y los chorros de agua, como cascadas, inundaran su ser nutriendo todo lo que creía seco.

El rostro de Octavio se iluminó al ver la luz que su sobrina desprendía. Todo este tiempo había sido su pequeña, su hija del corazón... y ahora la veía convertida en todo lo que él había deseado: una mujer feliz, llena de expectativas y sueños. A pesar de saber que sus verdaderos padres la querían de vuelta, él y Marina habían decidido no pensar en aquello durante ese día. Habían hecho todo lo que estaba en sus manos por darle una vida normal y ahora todo dependía de Emilia.

Octavio nunca supo con certeza en qué cosas andaba su hermano Héctor desde que se juntó con Eleonora. Siempre compartieron todo, desde pequeños, hasta que comenzaron la universidad y cada uno formó su grupo de amigos, conformado en su mayoría por futuros colegas.

Sus padres los alentaron desde pequeños a ser inseparables y, a la vez, distintos. Héctor amaba la ciencia, los misterios del universo, los experimentos y la maravilla del cuerpo humano; por eso eligió medicina. En cambio, el tío de Emilia, siempre adoró las estructuras, la física, las matemáticas y los cálculos que posibilitan la creación y el mantenimiento de magníficas construcciones; así es como decidió ser arquitecto, y los juegos de hermanos pasaron a ser un recuerdo de un recuerdo.

Un día en el que llovía copiosamente, Octavio estaba con su grupo de amigos estudiando en la cafetería del campus, cuando vio una a sombra caminar bajo la lluvia. Para todos era solo una mancha desplazándose, pero él conocía mejor que nadie la forma de caminar de su hermano como para distinguirlo incluso detrás de un vitral.

Sin dudarlo, tomó su chaqueta y el paraguas, y salió mientras acomodaba ambas cosas para cubrirse. Corrió al encuentro y se quedó parado a mitad del camino, extrañado por la falta de prisa del joven que venía en su dirección.

—Héctor, Héctor —lo llamó dos veces hasta que el aludido enfocó la vista. La lluvia había calado toda su ropa, que consistía en una remera de algodón y unos jeans gastados.

Parado allí, debajo de semejante tormenta, con las prendas pegadas al cuerpo, impregnadas del agua de lluvia, parecía ser más pequeño de lo que era. Sin embargo, una sonrisa se dibujó en su rostro. El ambo colgaba de su mochila mal cerrada, y sus anteojos estaban llenos de gotas que golpeaban los vidrios insistentemente.

—La... —el resto de la palabra fue imposible de comprender para Octavio.

—¡¿Qué?! —preguntó mientras lo tomaba del brazo para apurarlo a regresar a la quietud de la cafetería, donde un techo aguardaba para resguardarlos.

—La conocí —pronunció al fin, con los labios blancos temblando de frío.

-¿A quién?

Hielo contra fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora