Baltazar condujo hasta donde Ícaro le había indicado. Llegaron al parque, estacionaron con calma al encontrarse solos y salieron sin prisa, arrastrando al hombre inconsciente hasta dejarlo sobre un espacio de tierra libre de arbustos.
La luz de la luna los cubría con un delicado baño de plata. No habían farolas ni ninguna fuente de electricidad, solo el resplandor del satélite sobre ellos y los contornos de todo lo que los rodeaba. Sobre sus cabezas, las estrellas yacían como observadores silenciosos de un tribunal omnipresente. Esa noche se juzgaría a un hombre y se aplicaría la pena.
Los dos jóvenes estaban de pie ante la figura tendida boca arriba. Esperaron a que reaccionara pero los minutos pasaban y no daba señales de recomponerse.
Ícaro miró a su compañero e hizo un gesto con la cabeza hacia el tercero.
—No tenemos toda la noche.
Baltazar asintió y se acercó hacia el hombre de traje. Lo agarró de los hombros y tiró de él para levantarlo. Sacudió con fuerza, pero nada sucedía. Luego, sin contemplaciones, lo soltó como si se le hubiera resbalado. El cuerpo impactó contra la tierra, produciendo un sonido fuerte y seco.
Un gemido de dolor detuvo al moreno en su acercamiento para una segunda ronda. El hombre se puso de costado, con considerable esfuerzo, y se impulsó para erguirse, pero la mano de Ícaro se alzó silenciosa en un gesto autoritario.
—No es necesario.
—¿Quién eres?
—¿No lo sabes? —preguntó el malabarista con un brillo de curiosa diversión en los ojos.
El parque se encontraba en silencio y, salvo alguna que otra brisa que moviera las hojas de las ramas, parecía no haber más señales de vida alrededor de la zona en la que se encontraban. A unos metros estaba la fuente, vacía como siempre. La ciudad ajetreada parecía yacer en algún sueño lejano. Era el lugar perfecto para saldar cuentas.
—¿Qué quieren?
Los dos jóvenes que estaban de pie comenzaron a caminar rodeando a su víctima con pasos cadenciosos como dos tiburones sedientos que analizan a un animal extraño en aguas profundas.
—Ponte de rodillas, Iván. Terminemos con esto. Ya es hora.
El hombre abrió los ojos, sin poder dar crédito a lo que oía. A los segundos trató de recomponer su calma. No debía alarmarse porque conocieran su nombre o por una simple coincidencia.
—Vamos. ¡De rodillas! —gritó el rubio con un tono de voz que hacía mucho tiempo no usaba.
Su interpelado obedeció por inercia. No entendía qué sucedía.
—¿Quién eres? —preguntó con la voz baja pero con la frente en alto.
—Comencemos por definir quién eres tú...
Ícaro avanzó con agilidad y tomó al hombre por el cuello de la camisa.
—Eres un gusano y hoy vuelves a la tierra.
Iván soltó una carcajada ahogada y tosió por la presión en su garganta.
—Muñequito, no eres mi tipo. Deja de tocarme —Se puso de pie y con un movimiento de manos se liberó de las que lo sujetaban—. Mira, no sé qué quieren. Me da igual quién los manda. No son nadie. Y si quieren ver el sol de nuevo, más les vale cerrar la boca y desaparecer de mi vista.
Baltazar se rascó la ceja y frunció la nariz con un gesto de desprecio. Luego miró a su amigo para incitarlo a comenzar lo que fuera que iba a acontecer.
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Hielo contra fuego
FantasiSiempre nos dijeron que los opuestos se atraen. Que el agua y el aceite son la pareja perfecta, como el hielo con el fuego. También escuchamos que del amor al odio, y viceversa, hay un solo paso. La cuestión es que no todos quieren dar ese salto de...