Marcas de tiempo y sangre

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 Un halo dorado anunciaba que pronto se alzaría el sol sobre el majestuoso horizonte. Ícaro se encontraba sentado sobre la gruesa rama de un viejo árbol. Había trepado después de correr por casi dos horas en las que intentó liberar su mente de cualquier pensamiento.

Con sus manos acariciaba la corteza mientras dirigía su atención hacia su interior. Siempre se sintió conectado con la naturaleza en general. No adoraba solo al fuego sino a todos los elementos, la luna, el sol y todo lo que se alzara con dignidad propia dentro de la creación. Tal vez eso le debía a su protectora, quien desde pequeño le inculcó el respeto por la vida y la muerte. Ambas eran las caras de una misma moneda y solo era posible una vida plena en cuanto estuviera dispuesto a abrazarlas por igual.

No sentía miedo por lo que podía venirse sobre su futuro. Lo más perturbador que podría sentir, era algo parecido a la ansiedad. Seth se lo había dicho, a su especial manera. No entendía cómo ni por qué, pero el pelirrojo había llegado hasta su casa en plena noche y como quien entregara un paquete a domicilio, dio las nuevas y se marchó.

Todavía tenía fresca la imagen de aquel momento en el que le preguntó por qué lo hacía. La respuesta fue una mirada tan fría que podría quemar, un fuego tan abrasador que no se inmutaba ante nada... y una sonrisa, de esas que se esbozan muy pocas veces hacia otro.

Sabía que en algún momento le darían caza, pero no ahora. Eleonora y su séquito no estaban listos para conocerlo, para saber qué tan implicado estaba en lo que les había sucedido y habría de ocurrir. Él era uno de ellos, era fuego. Sí, era independiente, aunque no contrario. Los atacaría por dentro y por fuera. Los haría sucumbir ante su presencia y no planeaba parpadear ni vacilar cuando ese momento llegara.

El siguiente ataque sería ese mismo día. Quería desconcertarlos antes de que llegaran a subir todas las defensas. Un golpe tras otro era su estrategia.

A medida que reflexionaba en torno a esto, el sol alcanzó a mostrarse con fuerza y lo iluminó con sus cálidos rayos matutinos. Cerró los ojos y se dejo imbuir en el espíritu dador de vida. Las aves cantaron a lo lejos con timidez y de a poco se fueron acercando,tomando confianza en su propia voz. Lo observaban con curiosidad mientras saltaban de rama en rama.

Un pájaro negro fue más osado y llego a posarse a su lado. Con su pico golpeó la madera, primero con suavidad y luego con más fuerza, como si ese fuera su modo de tocar una puerta invisible. El humano giró la cabeza en su dirección, sin salir de su trance, y extendió la mano dejando que el ave subiera por ella. Con su garras se aferró de los dedos índice y medio, y permaneció allí, con la seguridad de que su solicitud había sido aprobada.

Ícaro se tomó su tiempo antes de elevarlo hasta la altura de su rostro. Lentamente abrió sus ojos. La cortina de las pestañas se movió para revelar unas pupilas dilatadas que oscurecían el azul de un iris azul profundo. El pájaro no se intimidó, en cambio aproximó su cabeza hasta rozar con su pico el entrecejo del joven, sintiendo todo el calor que irradiaba como las brasas del carbón de algún fuego extinto.

Ambos se quedaron en silencio durante un breve lapso.

—Allí estaré.

Y dicho eso se separaron, cada uno con su vuelo, uno por cielo y otro por tierra.

*****

Emilia había comenzado a empacar sus cosas con la emoción y energía que el cambio propiciaba. Se había hallado a sí misma con una esperanza renovada hacia su futuro. Jorge estaría cerca y posiblemente eso la alentaba al saber que no estaría tan sola como temía. Todavía contemplaba la posibilidad de que todo terminara bien para todos y en un futuro cercano pudieran juntarse y reír de sus viejos "yo".

Hielo contra fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora