CHESTER
Le dolía todo el cuerpo por los entrenamientos. Las últimas semanas habían sido devastadoras, partido tras partido, entrenamientos rigurosos, cambios en la dieta. El club se jugaba un ascenso y quería a toda costa que sus jugadores den el máximo de sí mismos. Como Chester le tocaba los talones al capitán del equipo, éste parecía comenzar a odiarlo. El resto del equipo lo amaba, sus compañeros le pedían consejos para progresar, el entrenador no le quitaba el ojo de encima y las chicas no dejaban de buscarlo. Algunos lo llamaban una promesa del fútbol y tenían razón. Su cuerpo respondía a cada exigencia que se le planteaba como si no tuviera un techo en sus límites. En cada partido o entrenamiento daba todo de sí. Prestaba atención y captaba todo lo que sucedía, pudiendo anticipar jugadas y siempre era el goleador del equipo. Sumado a todo esto el hecho de que sólo llevaba un par de meses en el club.
Aunque toda su familia lo alentaba a seguir adelante, sabían que no iba a poder llevar una vida normal. Nunca explotaría su carrera de futbolista ni podría concluir una carrera universitaria. Cada vez dormía menos y no lograba dejar su mente en paz.
Todo comenzó hace dos años y avanzó a una velocidad vertiginosa sin darle tiempo a reaccionar. Al principio parecía un tormento, pero de a poco había comenzado a tomar el control de la situación... control, lo que le faltó hace unos años a la salida de un partido. Control que perdió y obligó a su familia a dejar sus vidas, para establecerse en una nueva ciudad donde nadie los conociera.
Todavía tenía pesadillas sobre aquella noche. Y lo que más lo atormentaba es que sentía que sería la primera de muchas. Desde entonces había reflexionado al respecto y no quería arrastrar a su familia con él. La próxima vez se iría solo, lo tenía decidido.
¿Le dolería la soledad?, siempre había estado rodeado de gente. A donde sea que iba ganaba amistades y simpatías, y en igual manera enemigos. Creía que estaba en su esencia vivir en los extremos. Él jamás sería el esposo perfecto, el amigo incondicional, el hijo consagrado. Él jamás podría hacer eso. Debería acostumbrarse a la idea de vivir siempre al margen de lo normal.
A pesar de que nunca creyó en el destino, aquella chica que prácticamente se estrelló contra él, el día de la mudanza, no fue una mera casualidad. Ella tenía la misma marca, y nadie salvo él podía reconocerla. Excepto Julién, que tenía una percepción desgarradoramente acertada.
Emilia despertó en él una curiosidad y a la vez una esperanza. "¿Existe más gente como yo?" era una pregunta que con frecuencia se hacía. El haberse mudado justo allí, le permitió pensar en que había algo más dando vueltas. No era él solo contra el mundo. Su vecina era la prueba de ello. Pero todavía no estaba seguro de lo que sucedía a su alrededor. Ni siquiera podía anticipar su vida unos meses.
Se había dedicado tanto a vivir cada día y a no planificar, que las promesas de ser comprado por otros clubes o de ser aceptado por las más prestigiosas universidades le partían el alma. Le costaba mucho jugar mal en los partidos en los que reclutaban para otros, y mejores, clubes. Más que costarle, le dolía ver club tras club la decepción de sus compañeros y de su entrenador, cuando no daba su máximo en los días más importantes. Era una luz cuando se suponía que no debía brillar. Y una sombra en medio de luces tenues, cuando debería guiar a su equipo. Su familia quería que siga adelante, pero si los "accidentes" pequeños que podía tener en un lugar poco conocido eran difíciles de superar, no se imaginaba lo mucho que lo destrozaría arruinar su carrera jugando en una selección famosa. No podría pasar desapercibido, no habría olvido que lo salve.
Lo que más lo atormentaba era la certeza de que su hermano nunca lo abandonaría. También hace dos años, el lazo entre ambos se fue estrechando y comenzaron a compartir más que el vínculo sanguíneo. No sabía si eso era parte del paquete, pero sospechaba que tenía implicaciones que escapaban a su conocimiento.
ESTÁS LEYENDO
Hielo contra fuego
FantasySiempre nos dijeron que los opuestos se atraen. Que el agua y el aceite son la pareja perfecta, como el hielo con el fuego. También escuchamos que del amor al odio, y viceversa, hay un solo paso. La cuestión es que no todos quieren dar ese salto de...