En lugar de simplificar tu alma, tendrás que acoger cada vez más mundo
con tu alma dolorosamente ensanchada.
Hermann Hesse
El sol ardía tanto como sus miradas durante los intensos segundos que le siguieron a la revelación.
—¿Cómo que una granada?
—Dile a tu madre que te lo explique. Si se niega, dile que yo lo haré. No tengo nada que perder.
—¿Por qué no lo dices ahora?
—Ella desconoce que yo lo sé. Dejemos que elija su destino. Quiero darle la oportunidad.
Con esas palabras, Ícaro dio por cerrada la discusión, a pesar de las insistencias de la muchacha, y terminado el primer entrenamiento. Emilia necesitaba encontrar las respuestas con urgencia. De vuelta a su hogar jugó con el anillo entre sus dedos, como solía hacerlo en las primeras semanas de su hallazgo, pero aunque la situación había cambiado radicalmente, su inocencia era la misma. Quería conservarlo, lo sentía parte de sí misma. No obstante, sabía que debía llamar a su madre aunque no se sentía lista para escuchar lo que tuviera para decirle. Le costaba demasiado acostumbrarse a lo que sucedía en su vida como para agregar más información.
Esa noche, Chester descansó como si nada se avecinara. Se sentía más seguro y bien acompañado, con la tutoría de Ágatha. Su hermano, en cambio, disimuló estar bien cuando en realidad solo pudo dar vueltas en la cama. Había hurgado en el botiquín de la familia hasta dar con una crema cicatrizante que untó en sus manos para calmar las llagas abiertas que la piedra le había dejado. Se las arregló para que nadie reparara en ellas, aunque sabía que solo lo lograría por poco tiempo.
No pudo dormir. Su cuerpo se negaba a descansar, como si tuviera que estar alerta ante todas las amenazas posibles. Tenía los ojos cerrados y el ceño fruncido. Esperaba que los analgésicos que había tomado a escondidas le hicieran efecto pronto, para así descansar. Pero fue imposible. Lo único que consiguió fue desarmar la cama por tantas vueltas que dio.
Al día siguiente, Chester salió a correr apenas amaneció y a su vuelta fue a despertar a su hermano para desayunar. Le extrañó encontrarlo durmiendo boca abajo, algo que nunca hacía. Le tocó los hombros, mientras lo llamaba por su nombre, y aumentó la firmeza en sus manos hasta que obtuvo una respuesta. Julien se frotó los ojos para aclararse la vista, echó una mirada a la hora del reloj sobre la mesa de luz, y volvió a hundir su cabeza en el colchón para luego cubrirla con la almohada.
—Vamos, quiero que desayunemos juntos. En un rato tengo entrenamiento.
El menor de los Lucón reunió todas sus fuerzas para satisfacer el pedido de su hermano. León estaba practicando para dominar su elemento, y lo hacía al mismo tiempo en el que cumplía con las exigencias de su club. Había planificado para poder cumplir con todas sus obligaciones; así no tendría que renunciar a su vida normal.
En cambio, el pequeño de la casa, estaba de vacaciones. Tenía todo el tiempo del mundo para juntarse con Baltazar y aprender lo que este podía enseñarle. Eso significaba que lo vería a diario, mientras que Ágatha se juntaría con su hermano en los huecos libres de su agenda.
Caminó hacia el baño, con sus pies descalzos, y el pantalón del pijama arremangado en una pierna. Se miró en el espejo, no sabía qué había hecho para quedar tan destruido. Algo no estaba yendo bien. Abrió el grifo del lavabo para dejar caer el agua fría y se quedó hipnotizado, contemplando como el elemento salía con fuerza e impactaba contra la superficie, provocando que algunas gotas salpicaran hacia los lados. Sacudió la cabeza, no podía demorar para bajar al comedor, su hermano lo esperaba. Apoyó las manos en los bordes, sintiendo cómo le dolía cada centímetro que exponía al contacto, y bajó la cabeza, en contra de sus deseos.
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Hielo contra fuego
FantasíaSiempre nos dijeron que los opuestos se atraen. Que el agua y el aceite son la pareja perfecta, como el hielo con el fuego. También escuchamos que del amor al odio, y viceversa, hay un solo paso. La cuestión es que no todos quieren dar ese salto de...