Capítulo 10, "Un corazón en llamas"

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            "Este mundo, el mismo para todos, no lo hizo ninguno de los dioses

       ni ninguno de los hombres, sino que  siempre fue, es y será fuego siempre vivo,

                    que se enciende según medida  y se apaga según medida."

                                                                                                        Heráclito

Pensar y pensar. Eso es todo lo que hacía. El día siguiente de la reunión con sus padres fue demasiado inquieto. Era como si se hubiese revuelto algo en su interior. Algo imposible de nombrar o describir. Creía que debía hablar con los hermanos Lucón. De alguna manera tenía que informarlos, a pesar de que le aconsejaron alejarse de ellos. ¿Por qué hacerlo? Se preguntaba constantemente. Su madre no era la persona más fiable del mundo. No tenía que ceder tan rápido al encanto de sus palabras.

Julién y Chester dijeron que querían ayudarla y eso era más que suficiente para sentirse con el deber moral de contarles lo que había averiguado. Con sus tíos no había hablado demasiado. Ellos preguntaron pero ¿qué les podía decir? Se inventó una historia lo más parecida a lo real: me extrañan y me quieren con ellos, pero me quedo aquí...y con eso salió de paso.

Luego de darle miles de vueltas al tema, se decidió a tocar el timbre en la casa de al lado. Diana la atendió un poco extrañada y le explicó que Chester había salido. Segundos después, y tras ver el gran signo de interrogación en la mirada de Emilia, se explicó: Una cita, parece. Esas palabras, sumadas a la emoción con que fueron pronunciadas, le revolvieron el estómago.

—Pero está Julién, ¿quieres que lo llame? —preguntó con amabilidad.

Sí, claro, me da lo mismo hablar con uno u otro, si son iguales, pensó con enojo. Pero sonrió y asintió. Cuanto antes se libere de este asunto, mejor. Aparte no quería hablar con Chester. Se sentía traicionada. Algo absurdo, pero cierto.

Julién bajó las escaleras y levantó una ceja al verla allí. Diana se excusó diciendo que tenía que hacer unas compras y los dejó solos.

— ¿A qué se debe tu encantadora visita?

—Quería hablar con los dos, pero vamos a tener que ser sólo nosotros —Trató de decirlo con la mejor sonrisa fingida—. Un placer.

—Ya... entiendo a qué se debe esa sonrisa torcida. Diana te debe haber comentado algo.

—No, ¿pasa algo?

Julién tenía el poder de dirigir cada conversación en la que se encontrara metido y eso exasperaba a Emilia. Lo peor, para ella, era ver la burla en sus ojos, incluso cuando su rostro se mostraba serio. Se acercó, como quien va a contar una confidencia y le susurró:

—Tengo la sospecha de que seré tío. ¿Nena o nene? ¿Qué prefieres?

— ¿QUÉ? —No pudo disimular la sorpresa... ¿Chester iba a ser padre?

—Cierra la mandíbula Emilia, se te va a caer —Aquí perdió la compostura y estalló en carcajadas agarrándose el abdomen. Luego de unos minutos recobró el porte—. Duele reírse tanto. ¿Siempre caes tan redonda? O es que estás muy preocupada por la vida sentimental de mi hermano. Si me hubieses dicho que estabas tan interesada —Chasqueó los dedos—, en un abrir y cerrar de ojos movía los hilos.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Emilia se levantó y lo abofeteó con fuerza. Luego volvió a sentarse en su lugar, se cruzó de piernas y brazos y lo miró con frialdad.

Hielo contra fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora