17: Nunca

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Doyoung no daba crédito de lo que veían sus ojos.

No veía ciervos desde que tenía unos doce o trece años, cuando su abuelo le llevó hasta la cima de la montaña para que apreciara el hermoso paisaje que se veía desde el punto más alto en varios kilómetros a la redonda.

Le alivió saber que sus instintos lobunos no se despertaban tan fácilmente, de lo contrario, estaría aterrado. No podía imaginarse a sí mismo devorando a esa bella e inocente criatura y, tal vez, debería tener en cuenta el hecho de que JaeHyun parecía estar bien con ello.

Hablando del chico guapo de ciudad, una bola de nieve aterrizó en su cabeza, ahuyentando al cervatillo y provocando que unos cachitos de la nieve se metieran por entre su abrigo, y era obvio quién había sido el causante. Indignado se giró a verle y se arrepintió al instante. Una bola de nieve impactó de lleno en su rostro.

Ese desgraciado no aprecia para nada su vida.

— ¡Jeong JaeHyun!– gritó a los cuatro vientos el omega y, al estar en lo alto de la montaña, el eco hizo resonar su nombre por toda la zona–

El nombrado sonrió más feliz que una perdiz, pero aquella felicidad le duraría poco, pues el omega no era un fuego con el que pudieras jugar sin salir quemado. Lo vio en aquellos ojos avellana, que se tornaron despiadados en cosa de segundos, y su sonrisa cayó y sus piernas se movieron por sí solas.

El abuelo Kim disfrutó mucho viendo al muchacho forastero correr a toda velocidad y a su nieto ir detrás de él con una bola de nieve del tamaño de su cabeza, aunque esta no era muy grande de todos modos.

«Así se hace, Doie. Nadie se mete con los Kim».

Le sorprendió lo veloz que era, incluso cuando ya lo sabía, pero nunca dejaría de sorprenderse por ello. Él creía fielmente que lo había heredado de su familia paterna, ya que durante tres generaciones, contándole a él, los Kim fueron campeones de los cien metros lisos regionales en sus respectivas épocas. Su hijo Jae-Suk fue quién interrumpió la línea sucesoria, quedando en el décimo puesto de quince participantes, pero Doyoung la había continuado.

Aunque, si el señor Kim hubiera conocido a los miembros de la familia de Soo-Ra, no pensaría lo mismo.

Después de presenciar como su nieto se defendía tan bien como su abuelo y su madre le habían enseñado, miró a otro lado encontrando a JungWoo y Rosé, que estaban en una situación similar a su nieto y el novio de este. Su querida Rosie daba patadas, dando con poca fuerza a propósito, a Woo, que estaba tirado en el suelo y riendo como si no hubiera un mañana por haber conseguido dar en la cara a su amiga, que era una mujer de armas tomar y que tampoco se andaba con tonterías, así que ahora pagaba las consecuencias.

«¡Ay la juventud! Tan loca es que no importa si has pasado un día entero llorando, que al siguiente nada te impedirá sonreír como si nada pasara. No como la adultez, con tantas preocupaciones apenas se encuentra sitio para apreciar la luz del sol. Y la vejez, ay la vejez, uno no deja de sonreír ni aunque el mundo se caiga a pedazos, porque no se sabe cuando será la última vez».

Después de pasar toda la mañana tirándose en trineo, lanzándose bolas de nieve y haciendo muñecos a los que decoraban con botones de ropa vieja, palos y una zanahoria, se fueron a un bar a tomarse un chocolate caliente cerca de una chimenea reconfortante.

Era tradición para el trio de amigos ir la mañana del día de Nochebuena al hostal "Le Petit Maison" después de visitar la nevada cumbre de la montaña y siempre acompañados por el abuelo Kim, que vigilaba que ninguno se matase por el camino. Era una tradición que empezaron cuando tenían diez años, sin padres, sólo con el abuelo, pero este ya no iba sólo a cuidarles, ya no eran los niños pequeños y revoltosos de antes, ahora iba para contagiarse un poco de su juventud y para recordar como era sentirse vivo. Desde que la abuela murió, pocas emociones alborotaban a su desganado corazón.

Traidores | JaeDoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora