23: Ámbar

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Se prometió a sí mismo dejar de ser un niño asustado, de verdad quería ser el niño grande que sus padre querían ver, pero era tan difícil. Sobre todo cuando uno se encuentra sumido en la absoluta oscuridad de su habitación y la madera no para de crujir por su longevidad. Entonces se le ocurrió una idea.

Buscar a su mami.

Contó hasta tres y luego salió corriendo hacia la habitación de sus padres, pero cuando llegó sólo estaba su padre emitiendo pequeños ronquidos y durmiendo plácidamente, pensó en dónde podría haberse metido su madre y acabó deduciéndolo porque había algo que su madre solía hacer siempre que no podía dormir.

Con mucho miedo y cuidado, bajó las escaleras y recorrió el camino hasta la puerta principal creyendo que un monstruo le seguía por detrás, abrió la puerta sin seguro y se dirigió a aquel pequeño sauce que pertenecía al terreno de su casa. Sabía que su madre estaría allí porque colgado del sauce había un columpio que su abuelo construyó para su padre y a su madre siempre la gustó irse a pensar a ese lugar, tampoco le sorprendió ver a su madre bebiendo de una copa de vino, ella amaba el vino tinto.

Anduvo por el pasto hasta llegar a su lado, ella le alzó y le sentó en su regazo, entonces comenzó a mecer el columpio moviéndose de atrás a delante. En ningún momento ninguno dijo nada, Doyoung sólo se limitó a hacer lo mismo que hacía su madre, mirar melancólicamente a la Luna que brillaba con gran intensidad.

— Mami, ¿por qué siempre estás mirando a la Luna?– preguntó por fin el niño, después de mucho tiempo preguntándoselo en su mente–

Cuando volteó a verla no se esperaba ver descender una lágrima por su pómulo, al darse cuenta se la quitó rápido y le miró con ojos llorosos. Era la primera vez que veía a su mami llorar.

Hazlo y lo descubrirás.

Lo intento, pero no veo nada interesante, sólo un círculo brillante y blanco– se quejó el pequeño–

Intenta ver más allá de lo que tus ojos pueden y descubrirás un nuevo mundo– aconsejó su madre–

Si lo decía su mami, debía de ser cierto. Fijó su vista en aquella bola de luz blanca y hubiera jurado que sintió algo removerse en su interior y luego ese algo susurraba intermitentemente en su cabeza la palabra:

«Traidor».

Sus párpados se separaron con dificultad y la luz que entraba por alguna jodida ventana le estaba cegando aún más. Se incorporó sentado en el colchón y no supo que era peor, la sequedad irritante en sus ojos o el dolor punzante en su espalda baja.

Recién se despertaba y ya estaba siendo consumido por la vergüenza. ¿Cuándo dejaría de avergonzarse por cada cosa que hacía? Aunque puede que esta vez fuera razón más que suficiente para ello. ¿Cómo se suponía que debía sentirse? ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Qué pensaría su familia de él si supieran lo que acaba de hacer?. Su padre seguramente disimularía su descontento con una sonrisa falsa, pero su madre no se molestaría ni en disimular y le castigaría sin salir hasta que se fuese a la universidad.

Angustiado por la reacción de sus amigos y sus padres al hecho de que anoche desapareció de la nada, ni siquiera se dio cuenta de que estaba completamente solo en la cabaña y no había ni rastro de JaeHyun, solamente el aroma impregnado en las paredes de su guarida que indicaban que este era su territorio y ningún otro alfa podía siquiera acercarse. Pensó que podía simplemente haberse ido al baño, así que con total calma se vistió de nuevo con la ropa de la noche anterior y fue buscando por la cabaña, que era muy pequeña, al alfa, pero no encontró nada, solo un leve aroma que se iba disipando, eso significaba que hacía un buen rato que ya no estaba.

Traidores | JaeDoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora