2 | Minialejandros de jengibre.

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Lucas se detiene frente al edificio de pisos y la voz robótica de Google Maps avisa de que ha llegado a su destino

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Lucas se detiene frente al edificio de pisos y la voz robótica de Google Maps avisa de que ha llegado a su destino. Parece la única alma viva en Madrid, aunque es lógico. Un martes por la noche las calles están desiertas, a excepción de los repartidores a domicilio y los últimos rezagados que vuelven a casa del trabajo.

¿De verdad va a hacer esto? ¿Pretende confinarse dos semanas con alguien a quien no sólo conoce de un día, sino que además le ha caído como una patada en el culo? Antes ha estado leyendo los síntomas más comunes del virus y no recuerda que la locura transitoria sea uno de ellos.

Pero son las ocho y media pasadas. Si no duerme ahí, no sabe dónde lo hará.

—Sabes que puedo verte parado como un bobo, ¿verdad?

La voz viene de algún punto cercano a él, pero no reconoce cuál. «Dios, ¿eres tú?», se pregunta. No obstante, no es Dios (aunque, con la suerte que tiene, quizá le vea en breve), sino que tiene el distintivo timbre de voz de Álex.

—¿Desde dónde me estás hablando? —pregunta, confuso.

—Hay una cámara en el portal. No se me ocurre otra persona que podría estar en medio de la calle teniendo un monólogo interno.

Las mejillas se le encienden. Por suerte, está bastante seguro de que ese tipo de cámaras tienen la definición justa para reconocer una silueta y no la suficiente para ver su expresión de vergüenza.

—¿Sueles mirar mucho por esa cámara? Eso es voyerismo vecinal.

—¿Voyerismo vecinal?

—Sí. Hoy en día a la gente le pone cosas muy raras.

—Anda, sube. Haz el favor de llamar al telefonillo.

—Lo haría si me hubieses dicho en qué piso vives —gruñe Lucas. La dirección que le ha mandado por WhatsApp sólo dice la calle y el número.

—Cierto, mea culpa —dice Álex—. Última planta, puerta B.

Un pitido desbloquea el portal, permitiendo que entre. En cuanto pone un pie en el interior del edificio, se lleva las manos a los hombros sin pensarlo. Es una de esas construcciones donde por dentro todo es mármol, lo cual acentúa el contraste de temperatura. No vuelve a entrar en calor hasta que está en el ascensor.

Y ahí, entre cuatro paredes algo claustrofóbicas, empieza con las dudas.

Primer problema: no sabe nada sobre Álex. Por lo que sabe, podría ser perfectamente un asesino en serie. Eso significa que quizá la próxima vez que baje en ese ascensor esté metido en una caja, partido en trozos del tamaño de un Lego.

Segundo problema: está bastante seguro de que le va a caer mal. En la cita fue insufrible y, si es sincero, su mente desconectó a partir del minuto tres para no tener que aguantar el incesante torrente de palabras que salían por la boca de Álex. Así que, si deja claro desde el principio que eso no es más que un arreglo para pasar la cuarentena, lo mismo consigue mantenerle callado.

14 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora