4 | Se estilan mucho los vagabundos en vestido de novia.

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Un pinchazo a la altura del abdomen interrumpe su sueño

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Un pinchazo a la altura del abdomen interrumpe su sueño.

El siguiente, más cerca del pecho, le recuerda que está despierto y que no se trata de esa pesadilla que tenía con siete años en la que Donald (el pato, no el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos) le comía a picotazos.

La tercera punzada está peligrosamente cerca del cuello. Activa su instinto de supervivencia y, antes de la cuarta, abre los ojos.

Se arrepiente de hacerlo de manera tan brusca, porque el sol está a punto de cegarle. Sobre él hay un cielo abierto y despejado, sin una nube a la vista. Contiene el aliento cuando observa que sigue en la hamaca, y en la calle están circulando coches de camino al trabajo. Todavía puede morir aplastado por un Kia.

Y de pronto ve lo que hay encima de su cuerpo.

Con razón sentía que alguien le estaba agujereando hasta convertirle en un queso gruyer. Mira atónito los inquisitivos ojos rojos que le devuelven la mirada y las patas que se mueven encima de su camiseta, retándole.

Tiene una puta paloma sobre él. Una enorme.

«Cojonudo», piensa. Cada vez su vida es más surrealista. No sabe cómo reaccionar; de forma que, cuando ve que Álex no está por ningún lado y que se va a tener que pelear con un pájaro por el control de la hamaca, pega un grito.

Lo peor es que el pajarraco ni se inmuta: aunque hay espacio suficiente para los dos en la tela, ha decidido que su tronco es mejor lugar para descansar sus patas. Y le sigue mirando, como cachondeándose.

Sólo entonces aparece Álex. Lo único que le consuela es que ahora sí tiene el pelo despeinado. Al menos le sirve para descartar su teoría de que el pelo de Álex está sujeto a alguna magia que le hace distinto al resto de los normales.

Por primera vez, parece humano.

—Veo que has conocido a Brenda —le oye decir con absoluta tranquilidad, saliendo por la puerta corredera. Está mordiendo una tostada y hay un brillo de burla en sus ojos que puede ver incluso a quince metros.

—Perdona, acabo de levantarme y creo que te he oído mal, pero... —Traga saliva—. ¿Acabas de llamar Brenda a la paloma?

El pájaro se percata de la nueva presencia en la terraza y vuela hasta Álex. Aprovecha que se ha ido para limpiarse la camiseta del pijama. Álex sonríe.

—Así es. Y es que esa es la hamaca de Brenda.

No entiende nada. Es muy pronto para el vanguardismo de Álex.

—¿La hamaca es de una paloma? —pregunta Lucas.

—Más o menos. O sea, es su sitio favorito de la casa.

Se contiene para no decirle que Brenda se está poniendo perdida de chocolate al pasar el pico por los envoltorios de KitKat que hay junto a la mesa de café. En realidad, hay muchas cosas en el suelo: los zapatos de ambos, la manta que anoche les arropaba y una taza de café que Álex parece haberse acabado.

14 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora