11 | Vamos a ver, Einstein.

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No sabe bien qué hacer

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No sabe bien qué hacer.

Lleva al menos cinco minutos dándole vueltas al móvil en el salón con la mirada ausente. Se ha sentado en uno de los sofás de cuero y está como en trance, con la mente más cerca del distante rumor de la ducha que de la propia habitación. Los minutos pasan, pero su cabeza parece seguir buscando la respuesta a una pregunta que ni se ha formulado.

Ha estado a punto de escribir a Alicia. Ese era el acuerdo tácito que tenían desde el principio: cuando uno necesita un consejo, escribe al otro. Así lo han hecho hasta ahora. Pero tiene la sensación de que no es una buena idea. Sabe que ella le va a decir que la segunda ducha de Álex en un día es algún tipo de invitación o algo por el estilo. Y si hay algo que no necesita en ese momento es que le empujen a tomar una decisión de la que se va a arrepentir.

A veces le gustaría sentir menos. Alicia es capaz de enrollarse con alguien una noche y salir por la puerta de la casa de turno totalmente despojada de ataduras. Tiene una forma de ver el mundo totalmente opuesta a la de Lucas. Él ya ve la posibilidad de que le hagan daño antes siquiera de que pase algo. Por eso, lo más fácil es eliminar esa posibilidad de raíz.

Pero lo cierto es que no pasaría nada si al final decide hacer algo, ¿verdad? El problema está en su incapacidad para dar a las cosas la importancia que merecen.

¿Qué ocurriría si al final se lanzara en algún momento de la noche? Nada, probablemente. Podría culpar al alcohol a la mañana siguiente (aunque no sabe hasta qué punto es creíble que dos cervezas tengan toda la responsabilidad). Sin embargo, siente que hay algo más.

¿Y si no es capaz? Ya no es cuestión de querer o no querer. ¿Y si no puede iniciar el primer movimiento porque ha pasado todos esos años negándose cualquier oportunidad por miedo a que salga mal? No es la primera vez que piensa que hay algo mal en su cerebro. Como si, de tantas veces que ha dado la orden de bloquear lo que pedía su instinto, ahora ya no pudiera hacerle caso aunque quisiera.

Casi sin pensar, se levanta de golpe y camina sumido en sus pensamientos hasta la puerta del baño, desde donde puede percibir el agua corriendo de fondo, los pies de Álex desplazándose en la bañera y los botes cambiando de lugar. Confía en que el agua camufle el sonido y se sienta, apoyando la cabeza junto a la cerradura.

Por mucho que querría no hacerlo, comienza a pensar en el Álex que ha visto esa mañana recién salido de la ducha y con poco más que una toalla cubriendo parte de su cuerpo. Le resulta increíble cómo esa imagen se ha quedado grabada a fuego en su memoria. La forma que tenían los músculos de su espalda, la textura de su pelo humedecido, la tensión en su cuello al mirarse al espejo...

Sea la cerveza o no la que está motivando ese recuerdo, parte de él está pensando en cómo se verá sin su toalla roja. O en si será cierto lo que Álex ha dicho sobre cierto tatuaje en el trasero.

De pronto, el generador de luz —o lo que sea que tienen los edificios modernos— falla, y el apartamento queda sumido en la oscuridad en apenas unos segundos. De no ser por los ventanales que tiene el loft, no habría otra cosa que absoluta penumbra. Pero sólo son las nueve de la noche. El cielo nocturno ofrece una iluminación tenue aunque suficiente para identificar la silueta de los muebles del salón desde el pasillo. Por si acaso, decide permanecer donde está.

14 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora