24 | Va a ser todo obra tuya.

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Lucas está absolutamente seguro de que hoy nada puede arruinar su buen humor, lo cual es algo muy poco característico de él

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Lucas está absolutamente seguro de que hoy nada puede arruinar su buen humor, lo cual es algo muy poco característico de él. Un optimismo nuevo, teniendo en cuenta que es la misma persona que pensó que se iba al otro barrio al enterarse de que tenía el virus en su cuerpo.

O el mismo que juró en la consulta del médico hace unos años que su dolor agudo de tripa era un claro indicador de que tenía una enfermedad mortal e incurable (una que, según le dijo el doctor, se había erradicado a finales del siglo diecinueve y además se trataba con paracetamol).

Pero la poca esperanza que ha tenido a lo largo de su vida no lo hace menos verdad. No se reconoce en su versión de hace meses y sospecha que gran parte del cambio se lo debe a Álex. En una semana y un día, el imbécil al que detestó en la primera cita ha puesto patas arriba todo lo que creía tener dominado.

—Eres una bola de demolición, Álex —había dicho antes, de camino al baño.

—Es la única forma que tenía de que me dejaras entrar.

Hacerlo en la ducha había sido caótico, con el vapor empañando los cristales y permitiendo que todo se volviera húmedo, asfixiante y resbaladizo. Pero maravilloso de todas maneras. En la ducha no hubo secretos. Ambos estaban sin armadura, desnudos, como iguales. Y dio luz verde a perderse en las caderas de Álex, en las curvas de su costado, en su pelo empapado.

Cada vez siente que todo está más lejos de su control. Y, si es sincero, cada vez tiene más ganas de perderlo por completo.

De forma que, esa tarde, no tiene el habitual abatimiento que rodea los lunes. Tampoco le importa que esté empezando a llover; en las últimas horas, unos nubarrones grises han aparecido en el cielo y el día se ha vuelto cuando menos otoñal (no obstante, nada que no se pueda arreglar con un par de jerséis del armario de Álex). Ni siquiera le molesta tener que dejar el sofá en el que se ha echado la siesta con él para meterse en las clases online del día.

Quizá tenga algo que ver el hecho de tener claro que, cuando termine sus responsabilidades universitarias, él seguirá ahí, viendo por enésima vez una película y esperando a que cenen juntos. Esa sensación de seguridad le calma. Álex ha cogido todos sus miedos y los ha espantado a base de miradas de afecto.

Le deja en el salón dormido junto con todas sus cosas. Lo único que coge es el MacBook de Álex, como hace siempre, y se retira a su habitación.

Sonríe al darse cuenta de que han pasado casi veinticuatro horas desde que estuvo allí por última vez. Su espalda ya se ha acostumbrado a la cama de Álex, más mullida, y rechaza unos instantes el tacto rígido de la suya al tumbarse. «Pues estamos jodidos como no sea capaz de acostarme en mi cama sin pensar en él», piensa. Enciende el ordenador y pone la primera clase.

Mientras la profesora de Estadística aplicada al periodismo proyecta un PowerPoint con diapositivas escritas en rosa sobre verde (algo que, sorprendentemente, aún no está tipificado en el Código Penal), le llega un mensaje de Alicia a través de la app de WhatsApp Web consistente en un número exagerado de emoticonos de la luna con cara picarona.

14 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora