36 | Un final feliz.

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Salir a la calle con un propósito distinto a hacerse una prueba en el hospital es una sensación aún más extraña que la de esa misma mañana

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Salir a la calle con un propósito distinto a hacerse una prueba en el hospital es una sensación aún más extraña que la de esa misma mañana. Tiene los dedos de Álex entrelazados en los suyos a la vez que caminan hacia el local donde se va a celebrar el concierto, cerca del Teatro Real.

—¿Cómo se siente ahora que sois chicos sanos? —pregunta Óscar.

Le dice la verdad: que se siente genial. La ciudad les da la bienvenida como si llevara esperando dos semanas para devolverlos al ritmo frenético de la capital. Todo se mueve rápido a su alrededor: los coches circulando por la Castellana, las terrazas llenas de Alonso Martínez, los turistas que han arrasado las tiendas de Gran Vía... De vez en cuando tiene que concentrarse para mantener el compás.

—¿Por qué no hemos cogido un patinete eléctrico? —pregunta Álex.

—Álex, no seas vago —le reprende Lucas—. Llevamos encerrados dos semanas en casa, no nos viene nada mal hacer un poco de ejercicio.

—Y, respondiendo a tu pregunta, a la mayoría de nosotros nos da miedo recorrer la ciudad encima de una plataforma a ochenta kilómetros por hora —dice Óscar—. ¿No murió una señora mayor hace poco atropellada?

Álex se lleva una mano al corazón, simulando una puñalada.

—Me ofende que pienses que yo no voy con cuidado si voy en uno.

—Bueno, de cualquier forma, seguro que cuestan una pasta. Y no somos ricos.

—Algunos sí —carraspea Lucas, y señala a Alicia.

Pero ella no le escucha, porque en ese instante está ocupada buscando el teléfono que vibra como loco en su bolso. Es la tercera vez que la llaman desde que entraron Óscar y ella en el apartamento de Álex, pero Lucas había asumido que sería una compañía intentando vender un producto. Ahora ya no lo cree.

Deja que los otros avancen por la calle y se acerca a ella.

—¿Todo bien? —le pregunta.

—Sí, eh... es mi madre. Como no le he cogido las llamadas, me ha mandado un mensaje un poco raro, pidiéndome ¿el número de mi tarjeta sanitaria?

—¿Se lo vas a mandar?

—Supongo. O sea, no nos estamos hablando, pero no por eso le voy a denegar acceso a mis datos personales, ¿no? Aunque no sé para qué lo quiere.

—A lo mejor te intenta quitar del seguro de vida familiar por si se muere, para que no te lleves ni un euro.

—Si con eso me deja tranquila, por mí que me quite hasta el apellido familiar. —Suspira y eleva la voz, esta vez para que Óscar escuche lo que dice—. ¿Nos da tiempo a que me pase un momento por el piso a mirar una cosa?

Óscar mira el reloj, inseguro. A Lucas le basta con una mirada para adivinar que, quede el tiempo que quede para el concierto, lo necesita para practicar.

14 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora