5 | Ya sabía yo que fantaseabas conmigo por las noches.

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La ducha de Álex es una maravilla

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La ducha de Álex es una maravilla. Es de esas que tienen modo lluvia y, por unos segundos, se deja llevar por la presión y el ritmo del agua. Siempre ha sido uno de sus rituales: despejar la mente inmóvil bajo el chorro, que cae sobre él a una velocidad vertiginosa, y escapar de la realidad.

El problema es que, cada vez que el agua impacta contra su cuerpo, su cabeza pasa a una nueva diapositiva del PowerPoint mental que ha creado con imágenes de Álex hace unos minutos: el movimiento de sus ojos claros —de un color que aún no sabe como clasificar—, los músculos de su espalda tensos mientras se revuelve el pelo con una toalla y... «joder».

Esto tiene que ser una puta broma.

No ha tenido nunca ningún problema en apartar de su cabeza a gente bastante más guapa que Álex, por lo que sin duda debe ser un chiste interno de sus neuronas. Uno al que todavía tiene que encontrar la gracia.

«Sal de mi mente», le ordena al Álex que está ahí en su imaginación, tan vívido como si fuera real. Lleva su sudadera ochentera y esa sonrisa socarrona que tenía al dejarle solo en la cocina. Es tan irracional que la única explicación es que, de lo mucho que le odia, su cerebro ha decidido analizarle ahora que está lejos de él.

—Uf, qué suplicio —dice en voz baja, y traga agua.

Uno ya no puede estar tranquilo ni en la ducha.

Alicia le diría que rechazar una idea suele ser contraproducente porque ese pensamiento volverá con más fuerza (como cuando de preadolescente se negaba a aceptar los resultados de su test de orientación sexual aunque tuviera en otra pestaña fotos de Harry Styles sin camiseta).

Pero Alicia es la que le ha metido en esa situación, así que todo lo que podría decir hipotéticamente pierde validez por haberle desahuciado.

La cosa es que no comprende que hace Álex en su cabeza. Debería estar aprovechando esos minutos de soledad para olvidarse de él y descansar de su incesante sarcasmo, que le deja en ocasiones sin bromas hasta a él, el escritor.

«Fuera», ordena, esta vez un poco más alto (aunque no mucho, lo que faltaba es que Álex se piense que es esquizofrénico y que por eso está hablando a solas en la ducha). Y Álex, con su bronceado y su sonrisa ladeada, se marcha.

Para sustituirle, rememora el momento en que permitió a regañadientes que Alicia le instalara la aplicación de Tinder en el teléfono.

Era una tarde de finales de invierno, cuando llovía la mayoría de los días y el cielo plomizo permitía pocas ganas de salir de casa. Alicia y él estaban tirados en el salón de su apartamento, escuchando «Don't Let the Sun Go Down on Me», de Elton John y George Michael.

—Vamos a hacer algo para activarnos —le había dicho Alicia, siempre inmune a los días lluviosos y máximo exponente del «al mal tiempo, buena cara».

14 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora