Hacer una tortilla francesa no debería ser tan difícil.
De hecho, tiene que estar entre los primeros puestos de los «requisitos indispensables para ser considerado una persona funcional». Y, de momento, está fracasando monumentalmente. Siente una vergüenza que sólo puede ser comparable a ir con el infame vestido de carne cruda que llevó Lady Gaga a los VMAs.
Álex lo sabe. Y él sabe que Álex lo sabe, porque le está mirando con diversión, como preguntándole «¿cómo de complicado puede ser cascar un par de huevos, batirlos, echarles jamón y queso y cocinarlos en la sartén?».
Pues bastante. Para él, bastante. Teniendo en cuenta que comparte una dieta con Alicia basada en un noventa y cinco por ciento en ramen instantáneo y espaguetis con tomate —un híbrido entre la dieta de un niño de cinco años y la de un universitario americano con depresión—, lograr una tortilla perfecta es difícil.
Además, el cabrón de Álex ha hecho un semicírculo perfecto al doblar la suya. No le puede ver la cara del todo, pero no hace falta ser un genio para adivinar que se lo está pasando de miedo. Hasta la tortilla se está burlando de él.
Cuando Álex vuelca su tortilla en el plato, parece que ha salido de Julie & Julia. La diferencia entre las dos tortillas es estremecedora.
—Toma, te está llamando alguien —dice Álex desde el otro lado de la encimera. Lleva en la mano el móvil de Lucas y lo mira con interés.
Se pregunta quién le puede estar llamando. Espera que no sea su padre, porque no sabría cómo explicarle que está viviendo con un desconocido y que lo más probable es que pase sus últimos días con él antes de morir.
—¿Seguro que me llaman? —pregunta, suspicaz. Ni siquiera ve que vibre.
—Sí, creo que son del Museo Guggenheim. Quieren ver cómo has podido hacer esa obra de arte conceptual con el huevo.
Esboza una sonrisa tan fingida que le duelen los músculos de la cara.
Le gustaría poder rebatirle y decir que su tortilla no está tan mal, pero cada segundo que pasa mirándola está más convencido de que es la peor creación culinaria de la historia. Diecinueve años y aún no sabe hacer una tortilla.
Tiene huevos. Literalmente.
—Ja. Qué gracioso —responde. Aunque algo de gracia si que tiene: parte del queso se ha quemado (el que no se ha quedado pegado a la sartén, vaya), el jamón está distribuido de una forma tan descompensada que el cerdo se está revolcando en la tumba del disgusto, y la media luna que buscaba parece la silueta de Shrek.
—¿Yo? Pero si sólo transmito lo que me dicen los del museo.
—Pues diles que muchas gracias por interesarse. Está claro que otros —dice, y le mira fijamente con los ojos en blanco— no saben apreciar mi potencial.
ESTÁS LEYENDO
14 días
Romance«De la tragedia a la comedia romántica sólo hay un paso». Lucas intenta mantenerse alejado de todo lo relacionado con el amor. Escribe historias con finales catastróficos para sus parejas y así se convence de que enamorarse no merece la pena. Basta...