25 | El canto de las sirenas.

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El hombre al otro lado de la línea es paciente y tiene la voz grave, como el locutor de uno de los programas de radio que siempre escucha su padre de camino a la playa

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El hombre al otro lado de la línea es paciente y tiene la voz grave, como el locutor de uno de los programas de radio que siempre escucha su padre de camino a la playa. Le atiende con rapidez, consciente de que hay una emergencia y que la prioridad es descifrar el torrente de palabras desordenadas que salen por la boca de Lucas. Por suerte, parece que sabe lo que hace.

—Ahora necesito que te quedes con él y esperes a que lleguen los servicios de emergencias. Hoy estamos un poco saturados y no quedan ambulancias libres, pero una volverá de un momento a otro y la mandaremos directa a vuestra casa.

—¿Más o menos dentro de cuánto será eso? —pregunta Lucas, asustado. Está abrumado, tiene la voz ronca, y la información que recibe llega entremezclada con otras mil ideas que zumban en su cabeza.

—Diez minutos como mucho —oye que le responden, y suspira, aliviado. Cada segundo que pasa parece una eternidad—. Pero es importante que le vigiles hasta que llegue la ayuda y vuelvas a llamar si deja de respirar o hay un cambio drástico en su estado, ¿de acuerdo?

Traga saliva y responde que sí, que comprende lo que tiene que hacer, antes de que el hombre con voz sonora cuelgue y todo vuelva al silencio.

—Tranquilo, todo va a ir bien —susurra.

Ha perdido la cuenta de cuántas veces lo ha dicho ya. Ni siquiera está seguro de que las palabras vayan dirigidas a Álex, que permanece sobre las sábanas con el miedo en su rostro, esbozando una mueca de dolor y colocado en una posición casi fetal. Cada vez parecen más palabras de consuelo para sí mismo, unas que quiere creer a cualquier precio.

Por otra parte, piensa en que, cuanto más le diga a Álex, más estará alejando lo que ha ocurrido esa tarde. No puede manejar ambas situaciones a la vez —la discusión y ahora esto. Ha entrado en esa habitación dispuesto a pedirle que le perdonara y ahora tiene a Álex sufriendo semidormido en el colchón.

Parece más débil que nunca, como si le hubiesen arrebatado ese aura de seguridad que parece ligado a él. Antes ha intentado hablarle, pero apenas ha salido un hilo de voz debilitado y Lucas le ha mandado callar y conservar fuerzas.


No se le da bien lidiar con los problemas de salud en la soledad. De pequeño solía enfermar bastante: cada vez que en el colegio había un brote de gripe, de gastroenteritis o de lo que fuera, Lucas era el primero en cogerlo.

Pero no le importaba, porque eran las únicas ocasiones en las que su padre se cogía unos días libres para cuidarle. Esos días no se marchaba cuando salía el sol, ni llegaba a las diez de la noche a tiempo para darle un beso de buenas noches.

No, si Lucas estaba malo, su padre se quedaba a los pies de la cama hasta que él se dormía por la fiebre y le contaba historias. Muchas se las sabe de memoria todavía. La fiebre y la imaginación forman un cóctel interesante.

Siempre ha considerado un lujo tener un padre especialista en literatura clásica. Cuando el termómetro marcaba que el cuerpo de Lucas estaba a más temperatura de la normal, su padre se ponía a leerle fragmentos de la Ilíada o poemas latinos. Le recitaba versos sobre ninfas y le enseñaba todo sobre la mitología de aquellos tiempos, desde los engaños de Zeus hasta los tronos del Olimpo.

14 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora