Al final, no ha sido una cerveza más; han sido tres.
Están en el salón. La noche ha terminado de aniquilar cualquier rastro de luz que quedara en el exterior. Ahora, el apartamento de Álex parece una réplica de todos los que se ven desde la ventana: lámparas encendidas que proyectan siluetas sobre las paredes, un ritmo bajo de actividad y una sintonía con el silencio que unifica a Madrid a esas horas.
Hay seis botellines vacíos sobre la mesa. Lucas está tumbado en el sofá; Álex se ha sentado sobre la alfombra del suelo frente a él, con la cabeza apoyada en el borde del asiento. La televisión lleva encendida media hora y en el canal se reproducen sin parar videoclips de la década de los 2000.
Aunque Álex mira atentamente la pantalla, comentando cada pocos minutos la canción de turno que empieza a sonar, la mirada de Lucas está perdida en el cabello de Álex. Los colores del videoclip se reflejan en él, y tiene que hacer un esfuerzo para no pasar una mano por su pelo al tenerlo tan cerca. La proximidad le hace sentirse como si estuviera luchando contra el efecto de un imán.
El aroma de la cerveza cuelga en el ambiente. Puede sentir en su paladar el sabor debilitado del alcohol, pero es en su cabeza donde advierte el efecto. Mucha gente no piensa con claridad después de beber. Para Lucas es distinto.
Los pensamientos siguen apareciendo, como satélites que se encienden en puntos distantes de su mente. Simplemente le empiezan a dar igual. Mientras su sangre absorbe el alcohol, Lucas adquiere una especie de mando a distancia con el que bloquear sus dudas.
Sin previo aviso, Álex apaga la tele, y el cerebro de Lucas deja de repetir el mantra de esa noche —que va en la línea de «qué bien le queda la camiseta al jodido, pero estaría mucho mejor sin ella»— para centrar su atención en él.
Podría decir que es difícil mantener la vista en sus ojos, pero mentiría. Quizá se deba a que no se ha fijado en muchos ojos a lo largo de su vida, pero no ha visto nunca antes unos que brillen tanto. O que tengan las pupilas tan grandes.
—¿Sabes lo que me apetece? —Pregunta Álex volviéndose hacia él.
No sabe qué le apetece a Álex, pero tiene muy claro lo que le apetece a él.
Si ya lo sabía con dos cervezas, ahora que lleva cinco está listo para dar una TED Talk sobre el tema. También es verdad que esa no ha sido la pregunta, pero no duda que, si tuviera unos miligramos más de alcohol en su organismo, se lo habría dicho igualmente.
Eso sí: de momento tiene frenos (aunque cada vez le cueste más llegar al pedal), así que pone cara de interés y espera a que Álex le dé la respuesta.
—Me apetece abrir una botella de vino —termina.
¿Cómo era ese dicho? ¿«Con estilo y elegancia, esta noche se vuelve en ambulancia»?
—Vaya, Alejandro con A de Alcohólicos Anónimos —dice Lucas, como si no llevara los veinte minutos desde que se le acabó la cerveza esperando a algo más de beber. Ya le ha parecido un atrevimiento antes asaltar la nevera de Álex, por lo que sugerir él beber más le parece de mal gusto—. Ese es un giro en la trama que no veía venir. ¿Tienes ya tu chapita de los dos meses sobrio?
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14 días
Romansa«De la tragedia a la comedia romántica sólo hay un paso». Lucas intenta mantenerse alejado de todo lo relacionado con el amor. Escribe historias con finales catastróficos para sus parejas y así se convence de que enamorarse no merece la pena. Basta...