19. Los sentimientos de El Perrucho Miler

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Había algo en Frank que claramente era diferente, incluso él mismo se desconocía. No se dió cuenta de lo que estaba haciendo hasta verse en el espejo.

¿Se estaba esmerando en su arreglo personal para ir a la iglesia? Dejo el cepillo de cabello aun lado. No sabía que le había pasado, pero haría lo posible para que no volviera a suceder.

Él jamás se arreglaba, mucho menos los domingos para ir a la iglesia, normalmente era todo lo contrario, pues incluso procuraba verse sucio y medio malandro.

—¡Frank, despierta! —le habló su padre, antes de abrir la puerta de la habitación, descubriendo que su hijo ya estaba completamente listo—... oh, te despertaste temprano.

—Quiero estar guapo para alguien —respondió, cuando su cabeza dio con la razón de el porque el esmero en su imagen.

—Bueno, te ves tan lindo como tu madre —comentó el mayor, antes de cerrar la puerta. Sabía que a Frank le parecía un halago ser comparado con Leticia, y un escupitajo en la cara que lo compararán con él.

Frank siguió como si nada, volviendo a peinar su cabello. El día anterior había tomado la rosa más hermosa de el lugar donde trabajó, para llevársela a Gefry. Claro, le costó varios regaños de Rodriguito, pero él sabía que no estaba robando, era más bien una pequeña comisión.

Se dió un último vistazo en el espejo, revisando que todo estuviera perfecto, cuando así fue; tomo una mochila y salió de su habitación, para dirigirse a la cocina.

—¿Ya nos vamos? —le preguntó a su madre, tomando una naranja de la mesa, al entrar a la cocina. No podía darse el lujo de llegar tarde y perderse sus lindas charlas mañaneras con Gefry.

Leticia, quien estaba ocupada sirviendo el desayuno, no se dió cuenta de lo arreglado que estaba su hijo, hasta que se giro para disponerse a poner los platos en la mesa, llevándose una enorme sorpresa al ver a Frank.

—¿Estás despierto? —preguntó Leticia, sin poderse creer lo que estaba viendo.

—¿Ya nos vamos? —volvió a preguntar, pelando su naranja de forma impaciente.

—Primero vamos a desayunar, Frank —informó Franklin, tomando asiento, listo para empezar con el desayuno en familia, pero está vez; daría todo en él para controlarse.

—Ya es muy tarde. Dios se pondrá triste si llegamos tarde a la iglesia —dijo Frank, tratando de convencer a sus padres de irse-, yo no quiero poner triste a Dios, yo quiero mucho a Dios como para ponerlo triste.

—Frank, toma asiento —le indicó Franklin, controlando sus impulsos, para no sonar como un dictador.

—Bien —soltó el menor, sentándose de mala gana—, pero en mi oración de la noche; le diré a Dios que no fue mi culpa llegar tarde a la iglesia.

Leticia dejo los platos en la mesa, antes de tomar asiento, para empezar con lo que creía; sería un desayuno en silencio, pero Franklin tenía otros planes.

—De casualidad, Frank, ¿no estás interesado en llegar temprano a la iglesia por alguna persona en específico? —preguntó su padre, para posteriormente ponerle miel de maple a sus panqueques.

—Creo que si —respondió, con la boca llena, pues empezó a comer lo más rápido posible.

—¿Crees poder decirnos quien es? —pidió el mayor, con una sonrisa, ya que su hijo no lo ignoro ni le gritó.

—Es Gefry —contestó, antes de casi tomarse su chocolatada de un solo trago.

Franklin sabía que había escuchado ese nombre en algún lado, le sonaba de algo, pero era un nombre muy extraño. Supuso que era el nombre de una linda chica extranjera, por lo que no dijo nada más, para no incomodar a su hijo.

Siendo el personaje secundario de mi propia vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora