44. No gordo, pero si mamón

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Borbando estaba haciendo cuentas para saber cuanto dinero sería usado para reinvertir y cuales eran las ganancias. Tenía una expresión de tener todo bajo control, un lápiz en su oreja, una calculadora al lado de su cuaderno y unos plumones colores pastel del otro lado.

Ya se sentía como todo un magnate de los negocios.

Al otro lado de la cocina, Gefry vertía agua fría en un tazón para dársela a Niño Perro, mientras Jackson veía televisión en la sala.

Borbando se había descuidado unos días y ya tenía al menor de los Menaminez en su hogar, al igual que al compañero canino de su mejor amigo. No le molestaba, pero le sorprendía como se habían colado de un día para otro.

—¿Cuántos dineros ganamos, jefecito? —bromeó Gefry, sentado en el fresco y limpio piso de la cocina. Niño Perro estaba a su lado tomando agua.

—No me hagas perder la concentración, Menaminez —pidió el rubio, sin voltear en dirección de su amigo—. Ésto de llevar un negocio que apunta al éxito, no es sencillo.

Niño Perro terminó con su agua, miró a Borbando y corrió en su dirección.

Con solo un par de horas al día, Niño Perro le había tomado cariño al rubio. Borbando decía que era a causa de que el canino podía ver su corazón de oro, mientras Jackson afirmaba que era porque Benito le daba tocino a escondidas.

—Ahora no —le dijo Borbando a Niño Perro, quien le pedía con la mirada que fueran a jugar—. El tío Borbando está ocupado con trabajo.

Niño Perro dió un par de vueltas. Fue imposible para Benito resistirse a cargarlo y ponerlo en la silla que estaba a su derecha.

—¿Quieres aprender a manejar el negocio que vas a heredar junto con tus futuros primos? —le preguntó Borbando, con un tono mucho más agudo de lo normar, mientras le acariciaba la cabeza.

—¿Te das cuenta que lo pusiste en mi silla? —le preguntó Gefry a Benito, solo para molestar.

—Tú estás bien en el piso, Menaminez —le aseguró el rubio—, pero éste pequeño no tiene zapatos. Se le podrían engarrotar las patitas.

Gefry sonrió y sin pena alguna se acostó en el suelo. Estaba fresco y olía mil veces mejor que su colchón en esas épocas de calor.

—¿Quién es el niño más hermoso del mundo antes de que nazcan sus primos? —le pregunto Borbando a Niño Perro, sobando su cabeza— ¿Pero quién es la cosita más divina en lo que no nacen sus primos? ¡Tú eres!

Niño Perro se movía enérgicamente en busca de tener más cercanía con Borbando, al grado de que el rubio lo termino cargando cuál bebé.

—¿Por qué no lo llamas por su nombre? —cuestionó Gefry, notando que Borbando nunca nombraba a Niño Perro, ni siquiera cuando lo mimaba.

—Porque tú eres Menaminez, tu hermano es el pequeño Menaminez, y no me gusta como suena mini pequeño Menaminez —respondió Benito, arrullando a Niño Perro, que lo miraba como a una clase de ángel.

—Niño Perro no es Menaminez —aclaró Gefry, al tiempo que su mirada se perdía en el techo—, tiene otro apellido.

—¿Cuál es? —preguntó con curiosidad.

—El de su otro papá.

Borbando puso una expresión digna de alguien que olió un ombligo. Sabía a quién se refería Gefry, y no le agradaba para nada.

—¡Con mayor razón no lo llamaré por su apellido! —soltó Borbando, mirando a Niño Perro con algo de lastima— Lo siento, niño, pero te desgraciaron la vida con semejante apellido.

Siendo el personaje secundario de mi propia vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora