24. Charlas incómodas con personas incómodas

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Se encontraban en el jardín trasero, sentados en una linda mesa y bajo el hermoso cielo estrellado. Ninguno de los dos podía concentrarse en lo lindo que era el lugar que los rodeaba, solo podía examinar al otro, tratando de adivinar cuál sería su siguiente movimiento.

Tener a Franklin sentado frente a ti, cuando sientes que te ves como un payaso y tus axilas empiezan a sudar por los nervios; no es una experiencia muy agradable.

—¿Eres gay? —le preguntó Franklin, después de un momento de completo silencio.

Gefry se atragantó con su propia saliva, comenzando a toser frente la mirada seria de Franklin, a quien le daba lo mismo si se estaba atragantando o tosiendo sangre; él quería una respuesta.

—Yo… no señor —terminó por contestar, con mucha dificultad, por la manera en la que su garganta ardía.

Franklin lo miró de arriba a abajo. Era un hombre a la antigua, se llevaba demasiado por las apariencias, y el chico que tenía al frente le parecía muy homosexual.

—¿Seguro? —insistió.

—Si —contestó, sintiendo como el cuello de tortuga empezaba a ahorcarlo.

—¿Que quieres con mi hijo? —lanzó otra pregunta.

—Somos amigos.

—¿Seguro?

—Si.

Ahora Gefry entendía de dónde Frank sacó el crear situaciones incómodas y extrañas.

Franklin lo miraba como si fuera algún detective interrogando a un posible asesino, mientras Gefry se sentía como un triste pedazo de papel cagado que no calló dentro del sesto.

—¿Que sientes por mi hijo?

—¿Sentir así de sentir? —preguntó nervioso. Franklin asintió— Pues que es un buen amigo.

—Mira niño, puedo notar como sientes algo por mi hijo. No voy a culparte. Frank es un muchacho excepcional, pero mi hijo no es gay, y si lo fuera, lo mejor es que fuera gay con alguien… —miró a Gefry de arriba a abajo— Tú entiendes.

—Señor, no me gustan los hombres —aclaró.

—Pero sí mi hijo

—Es mi amigo.

—¿No estás interesado en ser su pareja? —cuestionó, viéndolo de forma crítica.

—Ya le dije que no me gustan los hombres —repitió, sintiendo el rostro pálido.

—Lo sé, pero Frank realmente es bastante guapo, como ya te has dado cuenta —empezó a decir—. No me gustaría que te pusieras a jurar una falsa heterosexual, para que en unos meses, mi hijo venga a presentarte como su pareja.

—No creo que eso pase, la verdad —respondió, desviando la mirada al césped.

—¿Por? —alzó una ceja.

—Pues, no sé si ya me vió —se apuntó, desganado—, pero no creo que nadie me vea y diga: «Miralo, es feo, gordo y sin futuro; lo quiero de novio».

Franklin soltó un suspiro. No podía entender que cosa vió su hijo en ese chico sin carisma y de baja autoestima.

Gefry estaba queriendo patear a su hermano por permitirlo salir así vestido. Llevar tanta ropa encima que lo hacía sudar como si no hubiera mañana.

—Mire, yo quiero mucho a Frank, es mi mejor amigo. No me gustan los hombres… y usted me está poniendo muy incómodo —soltó después de otro minuto de silencio.

Siendo el personaje secundario de mi propia vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora