Me levanto para darle a Darío el regalo que estuve buscando durante un par de días, creo que le gustará, pero no sabría decir si es así.
– Cuidado que pesa y es algo frágil – le explico antes de dejarlo en sus manos. Prefiero advertirle y que no haga como Leo y decida agitarlo sin parar. Con la paciencia que caracteriza a Darío abre el regalo. La cara que tiene ahora mismo podría ser similar a la de Nessy hace un rato. Ojos muy abiertos, al igual que su boca, un poco pálidos y congelados sin poder moverse. – Dicen que es muy bueno, a mi no me gusta ese tipo de cosas y no se lo que significan los datos de calidad, espero que te guste – explico sinceramente.
– Es uno de los mejores microscopios en el mercado – dice asombrado, aunque creo más que para él mismo y no para mí. – Gracias, Amanda.
Se levanta y me estruja entre sus brazos con fuerza, tanta que en un momento dejo de ser capaz de respirar.
– Darío... – digo intentando que me suelte, por lo menos un poco, para volver a recibir oxígeno.
– ¡Tío! – suelta Rodrigo – Que nos la asfixias.
– Perdón – dice separándose de mi con una sonrisilla culpable en la cara. Hago un gesto que perfectamente significa que no pasa nada y nos sentamos en nuestros sitios. – El último regalo – dice dándole emoción. Solo queda uno de nosotros por recibir. Darío le da una caja no muy grande. Saca una especie de ¿aletas cortas? No tengo ni idea que le está regalando, ni el uso que tienen. – Saca lo que hay dentro, todos tienen derecho a verlo – dice Darío con una sonrisa de un niño que ha realizado una travesura. Rodrigo saca un gorro de piscina con un dibujo de tiburón y una aleta, obviamente lo ha comprado de la sección infantil de la tienda.
Todos se empiezan a meter con él por su nuevo gorro, pero yo sigo dándole vueltas a otro regalo. Algunos se levantan dejando sus regalos en otro lado para no romperlos o que se dañen. Agarro las pequeñas aletas de la mesa del suelo y las examino. Hay una cinta, pero dudo mucho que sea para el pie. Noto como a mi lado alguien se ha sentado.
– ¿Qué son? – le pregunto al dueño del regalo. Todos ahora están en la cocina menos él y yo. – Se llaman palas, te las pones en las manos para entrenar – Rodrigo me contó que hace natación desde que es muy pequeño, le apasiona el agua, todo lo contrario que a mí. No dice mucho, solo me pone la pala en la mano. – Cuando nadas empuja el agua – explica el simple uso de ellas; algo parecido tenía en mente. – Érick me ha dicho que no sabes nadar... -- empieza a quitarme la pala me la mano mientras que habla – yo puedo enseñarte – añade – Por mí no hay problema. Piénsatelo. No sé por qué has pasado para que te aterrorice el agua o la odies a muerte, pero que no te sea un problema en el futuro.
Sin mas me agarra por los hombros y me arrastra hacia la cocina, donde literalmente están volando palomitas.
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– Érick ya está abajo – anuncia Cristina después de tocar dos veces la puerta de mi habitación. Tiene una sonrisilla en la cara. – ¿Desde cuándo estáis saliendo? – pregunta curiosa con tono inocente, pero buscando respuestas.
– No salimos – bufo – Solo somos amigos.
– ¿Un amigo con el que vas a ir al cine? – pregunta, pero no contenta con eso agrega algo más – Solos.
Solos.
Él y yo.
Érick y Amanda.
– ¿Qué? – se me escapa entre mis labios sin poder evitarlo. – Dile que ahora bajo, en cinco minutos.
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MI PRINCESA PERFECTA
Teen Fiction- Soy un monstruo - dice abrazándome. - Te he asustado, no debería haberte empujado. - Estabas en pleno ataque de ira - le digo compresivamente. - Solo me he asustado, no ha pasado nada Érick. - Estoy roto, Amanda - dice mirándome. - Muy roto. - Y...