CAPÍTULO 1

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Las sensaciones que tienes en tu primer día en un nuevo instituto son muchas. Nervios, entusiasmo, miedo, ganas de empezar, te da pena ya que se acaban las vacaciones, ganas de conocer gente nueva… yo también tendría todas esas sensaciones, pero después de todos los primeros días en un instituto nuevo que he vivido no tiene sentido. En cada instituto que he ido es lo mismo, así que este año no creo que sea la excepción. De todas esas emociones y sensaciones la único que siento verdaderamente es el miedo.
Todas mis mañanas que tengo que ir al instituto es igual. Levantarme, vestirme, mirar mi horroroso reflejo en el espejo, bajar a desayunar, ir al instituto e intentar tener un día tranquilo. Y sin excepción esta es mi rutina de hoy, pero solo voy por el segundo paso.
En el pequeño sofá de mi gran vestidor está colocado mi uniforme de este año. Es raro que justo el curso antes de ir a la universidad tenga uniforme, pero al instituto que voy a ir este año es uno muy prestigioso, privado y, obviamente, muy caro.
Mis padres están forrados de dinero, es decir, no tienen una mansión de oro porque llamaría mucho más la atención, o por lo menos más de lo que lo hacemos ahora. Vivimos en una gran ciudad, tan grande que he podido asistir solo a diez colegios e institutos diferentes, cada uno en un curso diferente. Nunca me he cambiado de colegio en mitad de un curso, eso llamaría la atención más de lo que suelo hacer yo con tan solo mi existencia.
El uniforme consiste en una camisa blanca, que solo con verla, creo que se ajusta a tu cuerpo. Una falda típica de uniforme escolar; finas rayas horizontales y verticales de diferentes colores, que combinan con el color estrella, que forman cuadrados y rectángulos. Unos calcetines altos que llegan justo antes de las rodillas del color que representa el instituto. Azul. Colgadas en unas perchas cerca del sofá están otras prendas que también pertenecen al uniforme. Una americana con el logo en la parte derecha y un jersey de punto, que al igual que la chaqueta tiene el logo.
Me pongo con la máxima agilidad posible la camisa. Se ciñe a todo mi cuerpo, tanto en mis hombros como en mi abdomen. Para abrochar los botones necesito paciencia y tiempo, pero con esas dos cosas consigo que toda la fila de botones sea abrochada. Ponerme la falda es más complicado, pero después de años de práctica consigo ponérmela y abrochar los cuatro botones que lleva, un par a cada lado de mi cintura.
Vuelvo a mirarme en el espejo, y en vez de encontrar mi reflejo con una toalla envolviéndome; me encuentro una yo vestida para ir a la tortura de todos los años.
Como me acabo de duchar, decido dejar que mi pelo se seque solo, y me pongo una diadema blanca, una de las muchas que tengo en el segundo cajón de mi tocador.
Miro la hora en el reloj de pared que tengo en el tocador, necesito bajar a desayunar ya para no llegar tarde el primer día.
Cierro la puerta del tocador que conecta con mi habitación una vez que estoy fuera de él. Con mi mirada escaneo todo mi cuarto. Una gran cama en mitad de mi habitación medio deshecha. A la izquierda un escritorio haciendo esquina perfectamente ordenado, ningún boli esta fuera de su sitio y los papeles uno encima del otro perfectamente colocado. Una estantería se encuentra al otro lado de la cama, y a unos metros de ella las puertas al balcón. El balcón, o más bien terraza, tiene dos sillas típicas de jardín y una mesa enfrente de ellas. Todavía no sé él por qué tengo dos sillas, si solo uso una y siempre la misma. 
Recojo la bandolera negra con alguna chapa que dejé ayer en el suelo al lado de la puerta y salgo por ella dispuesta a ir a desayunar.
Al llegar al gran comedor, donde hay una mesa grande donde caben mínimo diez personas sentadas con un metro entre silla y silla. Pero solo dos de ella están ocupadas, cuando me siente yo, serán tres. En la cabeza de la mesa está mi padre, pero no presta atención a su acompañante, sino que lee unos papeles que sostiene con su mano derecha. Mi madre, la otra persona que está en la mesa tampoco presta atención a su alrededor, solo a la pantalla iluminada de su móvil.
– Buenos días – digo para llamar la atención de mis progenitores. Ellos levantan la cabeza para centrar su atención en mí.
– Buenos días – dice mi madre tan seca como siempre. Después solo vuelve a mirar a su pequeña pantalla.
– Buenos días, Amanda. – saluda mi padre con una sonrisa. Si comparamos la relación que tengo entre mis padres, la más cercana es con él, pero no es muy diferente que mi madre.
Me siento a la izquierda de mi padre y enfrente de mi madre. Delante de mí a se encuentra mi desayuno, ya que el personal ha puesto el desayuno. Una taza negra con leche caliente y unas madalenas al lado del tazón. Mojo mis madalenas en la blanca leche y las cómo sin prisa. 
Mis padres se levantan simultáneamente, cada uno deja un beso en mi coronilla y salen por la puerta, murmurando un pequeño adiós. Ese beso puede que sea el único que reciba hoy, así que cierro los ojos y vuelvo a imaginar esos breves segundos.
– Señorita – dice una voz sacándome de mis pensamientos. – es hora de irse, de lo contrario llegará tarde.
– Roberto, – digo antes de beber lo que queda en mi taza. – te he dicho que me llames por mi nombre, nos conocemos desde hace años.
– Lo se Amanda, pero estar en esta casa fuera de cocinas o del salón de empleados me resulta muy incómodo, y temo que tus padres me escuchen llamarte por tu nombre.
– No te preocupes por eso, no creo que mis padres se enteren, prestan más atención a su trabajo que a su hija. – digo restando importancia a ello. – A mí también me intimida esta casa, y vivo en ella… – murmuro en respuesta a su comentario.
Sin decir más recojo mi bandolera del suelo y nos dirigimos hacia el coche que me llevará al peor lugar del mundo: el instituto.
Para otra persona lo peor del instituto son los deberes y los exámenes, para mi es estar rodeada de gente. Personas que sin ningún pudor te examinan de arriba a abajo y tan solo con una mirada sabes lo que piensan. No me gusta ser el centro de atención, pero ¿quién no lo sería si te faltase un brazo?

MI PRINCESA PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora