– Nos vamos – dice mi hermano restregándose con cuidado la mano por su cara por si tiene algo de sangre. Se acerca a mí y con cuidado me coge el brazo. Miro a mis amigos asintiendo, haciéndoles saber que todo está bien. Antes de desaparecer por la puerta miro a Érick, pero él solo me evita mirando el suelo. En cuanto estamos en la calle suelto bruscamente mi mano y me la llevo a la cara para borrar unas pocas lágrimas.
Mi hermano se acerca a un taxi que tiene el cartel de que está libre y habla con el conductor antes de mirarme y hacerme una seña para que me acerque para volver a casa. Solo me he movido dos pasos cuando vuelvo a mirar atrás, esperando el milagro de que Érick venga a decirme que todo está bien. Cuando veo que eso no pasa, ni pasará camino hasta el coche y nos vamos a casa.
Como era de esperar el camino es silencioso y tenso. Voy mirando mi teléfono apagado cuando una notificación hace que se encienda la pantalla. Esta vez es Darío, pero eso no significa que no tenga más notificaciones de lo demás. De todos menos Érick. Bloqueo el teléfono sin contestar a nadie.
Mi hermano paga cuando el taxista nos deja justo en la verja de casa. Ya ha anochecido y hace frio. Es ahí cuando recuerdo mi abrigo. Lo he dejado en el bar, espero que Emilio me lo guarde hasta que vuelva a ir.
Javi saca las llaves de su bolsillo con rudeza. Cuando abrimos la puerta está una chica de personal. Intento darle una sonrisa, pero solo con ver nuestras caras sabe que algo anda mal. Se queda en su sitio sin decir nada, cosa que agradezco. No es hasta que llegamos a la sala de estar que mi hermano me mira a la cara y me enfrenta.
– ¿Ahora me vas a decir que son gente maravillosa? – pregunta señalándose la cara para hacer ver a que se refiere. – Gente que agrede sin razón.
– Tampoco es que te hayas comportado maravillosamente bien – le acuso. Esto es tanto culpa de Érick, como de mi hermano. – ¡Son los únicos amigos que tengo, y tú no las respetado eso!
– ¡Cómo narices voy a respetar a quien va lanzando puñetazos? – me pregunta gritando.
– Te has portado fatal con él desde que entró – afirmo acercándome a él muy cabreada.
– ¡Los chicos como él juegan con los sentimientos de las personas! – también se acerca a mí. – Y está jugando contigo como si fueras su puta.
Con mucha fuerza gracias a mi enfado empujo a mi hermano para atrás alejándolo de mí. Los ojos se me llenan de lágrimas.
– ¿Qué está pasando aquí? – interviene la voz de mi padre. Ambos miramos hacia la puerta. Papá está un paso más adelante que mamá, pero lo que tienen en común es la misma cara de sorpresa.
– ¿Ahora te preocupa? ¿Después de más o menos cinco años? – le pregunta Javi a papá quien da un paso atrás de la impresión. Sin más mi hermano sube las escaleras farfullando para él, y papá le sigue, en su cara se puede ver enfado.
– Amanda... – dice mi madre mientras que acaricia mi brazo con cuidado. – Cielo... – dice al ver mis lágrimas derramarse por mis mejillas. Sin decir nada me pega a su pecho y me envuelve con sus brazos. – Todo se resolverá, ya lo verás.
Ahora, entre los brazos de mi madre, lloro todo lo que he retenido desde hace mucho. También la abrazo con mi brazo. La necesito, no me importa si después de esto simplemente sigue igual que antes, pero la necesito. Su apoyo, su cariño y sus brazos que no recordaba tan acogedores.
– Mamá... – gimoteo con voz rota amortiguada por su pecho. – Mamá, te quiero.
No sé cuánto durará este momento y quiero decirlo todo.
– Yo también te quiero, mi pequeña princesa, yo también – Levanto mi mirada para ver a mamá. También está llorando. – ¿Qué te parece una pequeña fiesta de pijamas para contarme lo que ha pasado? – oigo como duda cuando lo pregunta. Asiento energéticamente. Con cuidado pasa sus dedos por mis mejillas secándolas un poco. Sí, quiero una fiesta de pijamas con mi madre. – Voy a ponerme mi pijama y ahora voy.
Antes de subir las escaleras, mi madre deja un beso en mi frente. Al llegar a mi habitación me cambio. Me cuesta bastante quietarme los pantalones, pero con esfuerzo lo consigo. Meto todo en el cesto para la ropa sucia. Mi pijama es gordito y suave con un unicornio en la mitad de la camiseta, y en los pantalones hay dibujos de arcoíris. Unos minutos después la puerta se abre, por ella pasa mamá ya vestida con su pijama y una tazas que huelen a chocolate.
– Javier no ha querido hablar con papá – dice mientras se sienta en la cama dejando las tazas en la mesilla. Muevo la silla de mi escritorio para sentarme frente a ella. Cojo la taza rosa y doy un sorbito. – No deja de pensar en lo que ha dicho. Eso de que no nos preocupamos por vosotros... ¿Tú también lo piensas?
Medito mi respuesta. ¿Le digo lo que siento o lo que quiere escuchar? Puede que no tenga otra oportunidad...
– Hay veces que nos sentimos algo abandonados – decido decir con cuidado y esperando su reacción. No la miro, centro mi mirada en el chocolate. – Dejasteis de ser unos padres cariñosos, sin besos de buenos días y abrazos antes de ir a dormir.
– Lo siento – dice ella. Eso hace que levante mi mirada para verla. Nunca la había visto tan frágil, y eso me sorprende tanto que no que decir. – Yo me prometí no ser como tu abuela... y al final lo he conseguido... siento no haber sido como merecías – dice en medio del llanto. – Siento haberte dejado de lado cuando más me necesitabas, siento no haberte apoyado cuando tenías problemas para relacionarte con los demás niños por lo del brazo, siento que hayas nacido así, porque en el fondo sé que he sido yo quien tiene la culpa.
– Mamá... Tú no tienes la culpa de mi discapacidad – digo cambiándome de la silla a su lado pasando mi brazo por sus hombros. – No tienes la culpa de nada.
– Tengo la culpa de no haber sido la madre que necesitabas y no puedo volver en el tiempo, y eso me está matando por dentro.
– Puede que no podamos volver atrás, pero mañana será otro día, ¿no? – creo que las dos necesitamos estas palabras. No dice nada, pero en su mirada desborda esperanza. Asiento con una sonrisa. A lo mejor Érick tenía razón: los cambios solo necesitan tiempo. Pensar en él vuelve a recordarme lo que ha pasado esta tarde. Mi madre ve mi pequeño cambio de humor.
– ¿Qué pasa? – pregunta preocupada. Se ha secado las lágrimas de las mejillas, sin embargo, aún tiene los ojos rojos. – ¿No te parece bien? No quiero presionarte, si ves que no estás lista...
– No es eso, mamá... – llamarla mamá me gusta y mucho. Su ceño se frunce un poco. – Es lo que ha pasado esta tarde, con mis amigos – temerosa le digo esto último.
Mi madre se levanta y coge las dos tazas de chocolate sucias y la veo caminar hacia el baño. No cierra la puerta por eso logro ver como lava por encima las tazas. Luego las deja en el lavabo.
– El chocolate es difícil de quitar una vez está seco – dice caminado por el otro lado de la cama. Me muero de nervios, ¿Por qué no dice nada? Veo como levanta las sábanas y se mete a la cama. Su mano da unos golpecitos a su lado para que me tumbe yo también. – ¿Qué pasó?
– Ni yo misma lo sé – suspiro dejándome caer a su lado. – Estábamos en un bar, mi amigos tienen una banda y tocaban esta noche decidí ir a verlos, pero cuando llegamos Javi estaba allí. No sé en qué momento pasó, ni siquiera cómo, solo sé que la cosa se empezó a poner tensa. Érick acabó pegando a Javi.
– ¿Érick no es el chico de la piscina? – pregunta sorprendida, no se cree que el chico que se lanzó al agua para ayudarme sea el mismo que ha pegado a mi hermano.
– Si, es él. Tiene ataques de ira, y hoy todo se ha descontrolado – las lágrimas vuelven a empañarme la vista. – Cuando me empujó sentí miedo, mamá, sentí miedo de un amigo – la miro esperando encontrarme una respuesta, pero solo veo su cara pensativa.
– Normalmente los que sufren de esos ataques luego se sienten muy culpables y arrepentidos – dice. Recuerdo la cara de Érick después de todo, y sí, el arrepentimiento estaba en ella. –¿Has hablado con él?
Ruedo sobre la cama para alcanzar mi móvil sobre la mesilla y ver si eso ha cambiado. Pero todo sigue igual que antes. – No, pero espero que sea pronto.
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MI PRINCESA PERFECTA
Teen Fiction- Soy un monstruo - dice abrazándome. - Te he asustado, no debería haberte empujado. - Estabas en pleno ataque de ira - le digo compresivamente. - Solo me he asustado, no ha pasado nada Érick. - Estoy roto, Amanda - dice mirándome. - Muy roto. - Y...