CAPÍTULO 9

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Apoyo mi espalda contra el árbol mientras me siento en el suelo, encima de la toalla que Cristina metió esta mañana en mi mochila.

El resto de mi clase están a varios metros jugando y bañándose en el gran lago. Su agua es cristalina, los arboles verdes y hace sol; un paisaje de película, sin embargo, yo no puedo ni quiero bañarme.

Todos se divierten con sus amigos, mientras yo estoy sola sentada en la sombra de un árbol. Hace varios minutos perdí a Érick de vista, se fue diciendo que volvería, todavía no lo ha hecho, pero no le culparía por no volver.

– Te he traído un refresco de limón – dice Érick llamando mi atención. Se sienta delante de mi y me ofrece la lata. Está fría. Con mis rodillas sujeto el envase y lo abro. Y bebo un trago corto.

– Muchas gracias – sonrío a mi amigo.

– No sabía que te gustaba, asique te traje ese – se enoje de hombros y bebe de su refresco, que por el color del envase es de naranja. – No ha sido nada.

Después de unos minutos de silencio decido romperlo.

– ¿Tu no te bañas? – pregunto la misma pregunta que el me hizo de camino hacia aquí. Tampoco di muchos detalles, solamente que no se nadar y tengo un poco de pánico al agua.

– No – duda unos segundos si seguir hablando o no. – ¿Puedo confiar en ti? – pregunta, pero antes de contestarle que sí, vuelve a empezar a hablar. – No se si solo me pasa a mí, pero contigo puedo hablar de lo que sea. Sé que no me judgarás y me escucharás hasta el final – sonríe para él negando con la cabeza. – Debes pensar que estoy loco...

– Yo también siento lo mismo – le confieso. – Puedes contarme lo que quieras.

Me mira unos segundos. Observa cada parte de mi rostro, dedicándole tiempo en cada parte.

– No me gusta mi cuerpo – dice en un susurro. Su respuesta me deja un poco sorprendida. ¿No le gusta su cuerpo? No es que haya visto su cuerpo, pero la camisa del uniforme marca bastante sus músculos bien formados. – No sé qué me avergüenza más, admitir que no me gusta mi cuerpo o mi cuerpo – añade con una sonrisa.

– ¿Por qué no te gusta? – he ido a tantos psicólogos que al final sé que es mejor hablar de lo que no te gusta de tu físico a que te consuelen por ello.

– Tengo muchas cicatrices, Amanda – dice él apartando la mirada. Se centra en mis zapatillas que tengo puestas. Y con una sonrisa acerca su mano y sujeta mi pie, y con la otra despega el velcro para después volverlo a pegar. Lo hace una y otra vez, no se cansa de hacerlo y a mi no me molesta en absoluto. – Tengo muchas cicatrices, tanto en mi cuerpo como en mis recuerdos.

>> Cada tatuaje que tengo en mis brazos, oculta una. No quiero que la gente las vea. Mis padres me dejaron hacerme estos tatuajes hace un par de años y no me arrepiento de ninguno de ellos. Odio mis cicatrices.

– ¿Alguna vez podré verlas? – le pregunto. Levanta su mirada de mis zapatillas para verme directamente a los ojos. La sorpresa está presente en cada parte de su rostro. – ¿Algún día me las enseñarás? – insisto.

– Algún día – me responde con una pequeña sonrisa, que se borra gracias a la estúpida voz que interrumpe nuestra conversación.

– ¿Hoy no ha venido el maricón? – pregunta Sebastián con su estúpido retintín en su voz.

– ¿Alguien te ha llamado? – pregunta Érick poniéndose en pie. Sigo sentada mirando hacia arriba la conversación de ambos chicos como si fuera un partido de tenis.

– Solo me acercaba a preguntar por mi compañero – dice con falsa preocupación. – Aunque él no está, veo que estás bien acompañado – cambia el tema de conversación hacia mi persona.

– ¿Qué quieres? – pregunta con tono cansado Érick. Veo como llegan otros dos chicos, seguramente amigos de Sebastián, y se colocan a cada lado de Érick.

– La verdad es que no quiero nada en especial, solo veía a saludar – die acercándose lentamente hacia donde yo estoy. Al ver que se acerca decido ponerme en pie, pero no sé si ha sido la mejor opción.

En un segundo Sebastián se acerca a mí, yo inmediatamente doy un paso atrás chocándome con el tronco del árbol. Escucho forcejeos, miro hacia donde está Érick, que le tiene sujetado los otros dos chicos por los brazos impidiendo que se acerque a mí.

– Al principio no vi lo que Érick vio en ti, pero ahora lo veo – dice con una sonrisa. Rápidamente me agarra con una mano mas allá de mi espalada baja mientras con la otra mano aprieta mi pecho. Un sollozo sale de mí. Las lágrimas empiezan a salir a borbotones de mis ojos impidiendo mi visión, pero los manoseos de Sebastián lo sigo sintiendo.

De un momento a otro, el chico ya no me está tocando. Limpio mis lagrimas y enfoco mi vista. Érick ha podido soltarse de los dos chicos, quienes se encuentran en el suelo. Busco a mi amigo y lo encuentro unos metros alejado de mí. Sebastián está tirado en el suelo. La sangre brota de su nariz y sus labios, y cuando tose escupe un poco de sangre. Érick, al contrario que Sebastián está de pie dándole patadas en el abdomen, haciendo que el otro chico escupa más sangre. Si sigue así puede que llegue a hacerle mucho daño.

Con la poca valentía que me queda voy hasta ellos y abrazo a Érick por la espalda.

– Érick – intento frenarle. – ¡Érick! – grito al ver que no tiene resultado la primera vez. Pero Érick parece estar en otro mundo, como si no escuchase. Tiro de él para atrás, separándole. – ¡Érick ya estás en un problema, no lo conviertas en algo peor! – digo para que entre en razón. – ¡Por favor, Érick! – suplico a punto de llorar.

Como si esas fueran las palabras clave, Érick se da la vuelta atrapándome en sus brazos.

Oculto mi cara en su pecho mientras mis lágrimas mojan su camiseta. Con temor decide acariciarme la cabeza, para luego dejarme un beso en la coronilla.

– Ya no te hará daño, Amanda, te lo prometo – me susurra al oído.

– ¿¡Que ha pasado aquí!? – pregunta nuestra tutora, Laura, apareciendo en escena. Los dos amigos de Sebastián le ayudan a sentarse mientras intentan parar la hemorragia. Primero corre hacia el chico que está sentado en el suelo. – ¡Llama a una ambulancia! – grita la profesora a su compañero quien rápidamente coge el teléfono y marca el número de emergencias.

– Dicen que tardarán entre diez o quince minutos – dice cuando cuelga el profesor. Empiezo a oír los murmullos de mis compañeros. Se preguntan que ha pasado unos a otros. – Voy a llevarme los demás lejos – dice para empezar a mover, un poco a regañadientes, a los otros alumnos lejos de nosotros.

– ¿Qué ha pasado? – pregunta Laura.

Después de unos segundos de silencio, Érick empieza a hablar.

MI PRINCESA PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora