Solo les miro unos segundos antes de volver a mirar a la profesora, pero el chico no se rinde. Vuelve a tocar mi brazo de la misma manera que lo acaba de hacer, yo solo acerco el brazo unos centímetros hacia mi cuerpo, donde ya no llega. Cuando creo que se va a rendir empieza a chistarme.
– Chist – dice susurrando para que no lo oiga la profesora. – Chist. Tu. Chist. Morena – empieza a decir para llamar mi atención, cosa que inexplicablemente lo hace. Le pregunto con mi mirada que es lo que quiere de mí.
– Déjala – sale en mi defensa el otro chico, Érick. – Si no quiere hablar, no la obligues, imbécil.
Sus palabras llaman mi atención, haciendo que lo mire. En su cara aparece un intento de sonrisa, pero desaparece a los breves segundos.
– Solo quiero saber su nombre – dice infantil Leo, quien hace pucheros y se cruza de brazos recostándose en el respaldo.
Debato internamente si decirle mi nombre o no, de todos modos, lo saben todos mis otros compañeros de clase no va a ser muy difícil averiguarlo, teniendo en cuenta que se van a poner a hablar de mi en cuanto puedan...
– Amanda – digo yo mirando a ambos. – Me llamo Amanda.
– No era tan difícil – dice Leo triunfante a Érick.
En lo que queda de clase no volvemos a hablar ninguno de los tres.
– Recordar – dice la profesora antes de salir. – En el tiempo de intercambio de clase debéis estar dentro del aula, y si es posible sin armar alboroto. – dicho esto sale por la puerta.
Otra cosa diferente a otros institutos es esto, los alumnos no cambian de clase, sino que lo hacen los profesores.
El intercambio de clases no son más que quince minutos, los primeros cinco los paso viendo mis uñas y examinado si hay alguna imperfección en ellas. Los otros cinco miro a mis compañeros, están separados por grupos; algunos alumnos sentados en las mesas y otros de pie enfrente. Intento obsérvalos sin que se den cuenta de ello. Una conversación a mi lado hace que pare de mirar al trio de chicas de la esquina contraria de donde estoy.
– Hola marica – dice un pelirrojo a Leo.
– Déjame en paz Sebastián – contesta este volviendo a su conversación con Érick. Ninguno de los dos se ha levantado a hablar con nadie, ni nadie ha venido; el único "contacto" con las otras personas en la clase han sido varias miradas coquetas o incluso alguna de lujuria.
– No, hombre no, tengo varias preguntas – dice Sebastián ignorando al chico. – ¿Si vieras una chica desnuda, no sentirías nada? – pregunta con burla en su voz.
– Déjame en paz Sebastián – repite otra vez las mismas palabras que antes.
– ¿No responderás a mi pregunta? – responde el tal Sebastián.
– Se acabó – dice Érick tan bajo que casi no lo escucho. Érick se levanta rápido de su silla y agarra al otro chico de las solapas de la americana y lo empuja fuerte hasta la pared, haciendo que el chico gruña. – Te ha dicho que lo dejes en paz. Si le gustan los chicos o no, no es de tu incumbencia.
Todas las miradas se posan en los chicos cuando se oye el golpe del chico contra la pared.
Sin más lo suelta. Sebastián se alisa la ropa fingiendo que no ha pasado nada y se marcha a otra mesa donde están unos chicos.
Érick se deja caer a la silla otra vez, pero ahora maldiciendo e insultando al chico.
– Solo ayudé a mi primo a darle celos a un chico. – refunfuña Leo para sí mismo. – Te presento a Sebastián – dice el rubio mirando en mi dirección. – Una vez me vieron de la mano de un chico, que era mi primo, y debe ser que no lo superan. Solo ayudé a mi primo. – me explica abiertamente sus problemas, creo que para que entienda un poco lo que ha pasado.
– Hay personas quien no merecen la pena ni escuchar – dice Érick.
El resto del intercambio pasa en silencio, al igual que las dos siguientes clases antes del pequeño recreo.
– Ya es la hora. – dice el profesor de matemáticas. Cuando el profesor dice eso todos se levantan de sus sillas y salen por la puerta hablando. El profesor al ver que sigo sentada en la silla se acerca a mí. – Ahora es el recreo, no puedes permanecer en clase. Normalmente todos van a la cafetería exclusiva para los dos cursos finales, es decir, este y un año menor que este. Pero también está la zona donde pueden ir todos los cursos y el patio interior, aunque no suele haber gente allí. ¿Quieres que te enseñe alguno?
Me lo pienso unos segundos, tengo un poco de hambre, creo que iré a la cafetería, pero podría averiguar dónde está ese patio interior para estar sola.
– ¿Podría decirme donde está la cafetería? – pregunto tímida después de barajar las opciones.
– Claro – dice con una sonrisa – Puedes dejar la mochila aquí, las clases se cierran con llave cuando los alumnos no están. – me explica al ver que cojo mi mochila. – Si quieres puedes llevar dinero para comprar algo y el móvil, pero solo se puede utilizar cuando no hay clase. – dejo la mochila y cojo de ella lo que me ha dicho. Meto un billete dentro de la funda de mi móvil y salgo detrás de él.
El profesor me acompaña hasta la puerta de la cafetería, se despide y se marcha.
Los recreos son una tortura para mí. Ningún profesor ha estado cerca para parar las humillaciones que he sufrido, y eso ha causado que hoy en día tenga un fuerte pánico a los recreos.
Paso a la cafetería con la mirada gacha, pero por cada sitio que paso puedo notar sus miradas en mí. Sin darme cuenta empiezo a temblar, pero después de dos profundas respiraciones paro de hacerlo. Llego lentamente a la barra donde dos señoras no muy mayores están atendiendo.
– ¿Qué quieres, corazón? – dice la de pelo rubio, amablemente.
– Ga-galletas – tartamudeo en respuesta.
– ¿Con chocolate blanco, chocolate negro o sin chocolate? – me ofrece igual de amable que antes.
– Blanco – le respondo. Ella se da la vuelta hacia las estanterías y coge un paquete azul del estante.
Las deja sobre el mostrador el paquete, sin saber el precio le doy el billete. Ella me devuelve unas monedas.
– Gracias – digo tan bajito que dudo que he haya oído, pero para mi sorpresa responde.
– De nada – extrañamente la sonrisa de la señora me tranquiliza, pero cando oigo a los otros alumnos esa tranquilidad se esfuma.
Agarro las galletas y examino toda la cafetería rápidamente, cuando mi vista ve una mesa vacía empiezo a caminar hacia ella. A falta de unos metros unas chicas se ponen en mi camino.
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MI PRINCESA PERFECTA
Teen Fiction- Soy un monstruo - dice abrazándome. - Te he asustado, no debería haberte empujado. - Estabas en pleno ataque de ira - le digo compresivamente. - Solo me he asustado, no ha pasado nada Érick. - Estoy roto, Amanda - dice mirándome. - Muy roto. - Y...